Se habla mucho de la «pérdida de sentido» de las palabras. Pero el asunto es aún más grave: nos mienten para ocultar, distorsionar… Ese venenoso entramado de palabras es el disfraz del «pensamiento único»
En varias ocasiones nos hemos ocupado de la pérdida de sentido de las palabras, un tema que empieza a ser tópico pero casi nunca para denunciar la magnitud de la mentira que encierran. La cuestión es mucho más grave de lo que se puede imaginar porque no se trata de elaborar un nuevo diccionario sino de desconfiar de los discursos ideológicos de unos y de otros y de poner al descubierto el entramado del «pensamiento único» que nos gobierna… Sí, que nos gobierna, porque es la red sobre la cual se columpia, como en un trapecio, todo el entramado de poder que dirige el mundo. Hemos hablado de «dictadura mundial» (lo recordamos hace poco) desde el primer año del nuevo siglo. Pero hay que observar más de cerca cómo esa dictadura va extendiendo y ampliando sus dominios. Extendiéndose sobre toda la geografía mundial, un proceso que está muy avanzado. Y ampliándose a campos cada vez más vastos de la realidad.
También hemos insistido en la caracterización del poder mundial como una «supermafia», una gran cúpula que va cubriendo toda la variedad de actividades humanas y que, curiosamente, ni interfiere ni se esfuerza por controlar la actuación de mafias nacionales, o locales, que generan y difunden cada uno en su ámbito, la corrupción.
Queda cierta confusión sobre el manejo del poder político, que corre sobre todo por cuenta de Estados Unidos, y el superpoder económico, la inmensa masa de capital (real o ficticio) en manos del sistema financiero y la banca. No menos curiosamente, y contra lo que muchos teóricos vienen augurando sin éxito, los Estados-Nación no se han convertido en chatarra histórica. Los dueños del poder pueden incluir en la supermafia a japoneses, mexicanos o nigerianos y coaligarse con «familias» mafiosas de China, Italia, Rusia, o de cualquier otro sitio. Pero en lo esencial –por increíble que parezca– se sigue manteniendo el gran poder «blanco», de piel blanca, como lo atestiguan los «cinco ojos». Otra curiosidad: los cinco ojos son los responsables del espionaje que, con la absurda excusa del terrorismo internacional (una desorganizada variedad de personas, grupos y bandas de aventureros armados que deambulan en zonas asiáticas y africanas) sostienen un sofisticado mecanismo de control de la opinión pública mundial y potencialmente pueden poner en su punto de mira a cualquier ciudadano (en esa febril actividad, los británicos están en cabeza). Las ínfimas huestes del terrorismo resultan una no menos ínfima excusa para extender la dictadura mundial urbis et orbe. Estos son los «cinco ojos», la entraña del poder blanco: Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia, y Nueva Zelanda. Esos son los centros coaligados (De Gaulle diría «los anglosajones») que se reparten y perfeccionan la misión del espionaje sistemático. Generales de los organismos de «seguridad» norteamericanos acuden a los congresos de piratas informáticos para contratar a los mejores «hackers». De modo que los Estados-Nación, las «empresas de seguridad» de la supermafia financiera, tengan más trabajo.
¿Y no hay dentro del Sistema lo que los marxistas llamaban «contradicciones internas»? Siempre las hay. Ahora son conflictos típicos entre mafias. Los chinos espían por su cuenta y tienen un creciente poder dentro de la supermafia por su colosal acumulación de capital y su control político centralizado, constituyendo lo que temíamos hace cinco años (El laboratorio chino, publicado en agosto de 2008 en este mismo periódico): un «modelo» ideal para el capitalismo, dada su siniestra y absoluta manipulación de la opinión pública. Los rusos tienen algún gesto de autonomía pero su mafia interna se cuida de no chocar frontalmente con USA. Ni chinos ni rusos están aplicados a acortar la abismal distancia tecnomilitar que les llevan los norteamericanos.
El desafío es ver cómo las palabras, falsificadas, sirven para mostrar u ocultar intenciones y realidades difíciles de asimilar por el «ciudadano» que vive en una teórica democracia. Un ejemplo: critican a Snowden, el último chivato que denunció la insidia del espionaje de los «cinco ojos»; le acusan de que, en su huida, ha volado a China, a Rusia, con planes para hacer escala en Cuba y recalar en Ecuador (el país que protegió a Assange,)… porque –dicen– son regímenes totalitarios dudosamente democráticos… ¿pero es que espiar a los ciudadanos del planeta puede llamarse democracia? Una palabra miente más que mil imágenes.
Escribes sobre obviedades sin profundizar. Es como si titularas (y abordaras al tema) «los cordones de calzados como armas letales». Toda manipulación, a individual o planetaria escala, es producto de egoísmo pervertido y hasta desmedido. Para comprender al egoismo, hay que compenetrarse de lo que es el ego (parte animal que rige al grueso del ser desde el inconsciente; lo cual es imposible sin un proundo autoconocimiento. No por nada Sócrates tomó como máxima para su academia: Conócete a tí mismo.
Por cierto: La pregunta obligada sobre el color del mar es torpemente falaz, ya que según de qué mar hablemos, es su coloración predominante. Cambia esa pregunta por otra que no dé lugar a respuestas múltiples como «verde», «turquesa», «marino», «incoloro»; etc.