La riqueza es poder. El poder es riqueza. Hay placer en exhibirlos incluso ante quienes se hunden en la precariedad y en la miseria. A veces, parece que se goza más cuando se exhiben provocativamente
Así como todo este derrumbe al que estamos asistiendo nos pasa por primera vez… (obviamente, no se nos cae el techo encima todos los días), un montón de secuelas están apareciendo gradualmente a nuestra vista. Y una de la que más nos sorprende y nos indigna se refiere a los nuevos símbolos de estatus. La manera cómo los ricos y poderosos hacen notar la «altura» a la que han llegado es algo que suele sublevarnos a los que estamos en los escalones «inferiores». Hoy día puede decirse que somos una masa informe de trabajadores y parados (el famoso 99%) en la que incluso se van borrando los límites entre lo que antiguamente eran «proletarios» (especie prácticamente extinguida) y los que pertenecían a la llamada «clase media».
Claro que habría muchas cosas para matizar. Por ejemplo, que entre los trabajadores se fueron haciendo mayoritarios los del sector «servicios» y allí ya se ha ido produciendo, durante las últimas décadas, una «fusión» de trabajadores «manuales» y los que provenían de labores administrativas o de gestión. De ahí que resulta absurdo que algunos se esfuercen en hablar, por ejemplo, de «sindicatos de clase», apelando a una realidad que ya no existe ni en la Marinaleda de Sánchez Gordillo.
En la cuestión del «estatus» es doloroso observar que las fortunas nacidas de la corrupción son lucidas como condecoraciones, en flagrante y sangrante provocación para quienes vienen decayendo en la «escala social» como producto de la misma crisis/estafa que a ellos les ha llevado o les mantiene en la «cima». Y también suele ser una triste comprobación la reincidencia de sectores amplios de la clase media que siguen las huellas de ese 1% aferrado a su creciente estatus; o sea, que reaparece la lamentable tendencia a buscar reales o supuestos placeres, no ya en el inalcanzable estatus de los «pudientes» sino en algunos signos exteriores que lo simbolizan: ropa de marca (además de ese invento tan poco funcional que se ha dado en llamar «complementos»), coches de gran tamaño, deportes sofisticados, gastronomía «creativa» cada vez más elitista, etc. Y digo reales o supuestos placeres porque seguramente son reales pero deberían tener un duro contrapeso cuando se goza de ellos viendo cuánto le cuestan esos privilegios a los que se van hundiendo en la precariedad y la indigencia.
Señalaba un colega ayer mismo cómo España «toca el cielo» de las cumbres gastronómicas (medallas, reconocimientos) justamente cuando en nuestras ciudades se multiplican los sitios donde se da algo de comer a indigentes…
Cómo no se atragantan los gourmets de 5 o 10 tenedores ante la realidad de la miseria que se extiende es un milagro que no sé si podrán explicarnos cabalmente los psicólogos (lo explicarán, pero eso no los justifica).
Los coches se hacen más grandes porque los modelos se copian de una marca a otra, con lo cual el «factor diferencial» tendrá que estar en el tamaño de la carrocería y en la mayor potencia de los motores, amén de los «complementos» específicos para los coches, sofisticaciones que sirven para poco pero también marcan estatus.
En cuanto a la ropa de marca o el calzado, el sapo que habrá que tragar con cada compra es la explotación brutal de menores en los pobrísimos países donde se elaboran los productos más deseados. O sea: esa explotación como punto extremo de una explotación generalizada de la población y de una miseria que, como alguien ha recordado en estos días, reclama la pluma de Victor Hugo y sus miserables, o de Charles Dickens y esas siniestras ciudades del comienzo de la Revolución Industrial.
En las novelas de Moravia hay imágenes curiosas de pueblos italianos en dónde los días festivos el «señor» de la comarca invitaba a los campesinos a su gran casa y abría las puertas de sus despensas… los paisanos, que teóricamente ya no eran «siervos», quedaban atónitos al ver los imponentes jamones, la variedad de estupendos embutidos, los deliciosos quesos curados…Algunas de aquellas auténticas «delicadezas» se convidaban a los asistentes. ¡Eso era riqueza! ¡Eso era poder! ¡Almacenes llenos de delicias que pertenecían a una sola familia!
La riqueza lleva al poder. El poder lleva a la riqueza. Esa es la pescadilla de la corrupción. Pero el verdadero y monstruoso placer parece estar en poder demostrar la posesión de una y otro. Y parece que el gozo es mayor cuando se exhiben provocativamente.
Al hilo de este articulo, y bajo mi humilde opinión quería comentar que me parece interesante que se hable sin tapujos de las clases o status sociales que existen, porque bajo mi parecer siempre estuvieron presentes en nuestra sociedad, aunque por un tiempo de bonanza se dejara este tema a un lado, ya que todos creíamos que íbamos subidos en el mismo barco.
Al leer cosas así y ver las noticias que salen sobre la situación actual de España, lo que me parece bastante curioso es que la gente sigue pensando en el tercer mundo como un lugar de pobreza y hambre, un lugar sin recursos para salir autónomamente adelante. Y yo me pregunto ¿tan lejos queda esta descripción de nuestra actual situación?
Cada vez más gente, que en otra época podríamos haber encajonado en el término proletariado, pero que hoy no podemos definirla ni así, porque no tienen trabajo, se echa a la calle a reclamar simplemente dignidad para vivir. Y pocos, pero muy ricos siguen dominando las riquezas que salen de España, transformándolas, en buenos viajes y coches, buenas y copiosas comidas, cacerías, etc., caprichos en muchas ocasiones desmesurados, por su afán de poder, que alimentarían a muchas familias que pasan el mes con unos fríos, y tristes 300 euros.
Y cada vez este gobierno aprieta más, cada vez más recortes, menos trabajo, y la brecha entre ellos, y los ciudadanos de a pie, aquellos que no vamos a reuniones en la india, ni cenamos en restaurantes de 10 tenedores, se hace más y más grande.
Me parece triste y desolador que en pleno siglo XXI, se siga pudiendo hablar de clases sociales, aunque siempre debemos tener en cuenta que el hombre es caprichoso y que el poder y las riquezas, son unos valores bastante deseables, que fácilmente corrompen al ser humano y que siguen haciendo a los ricos más ricos, y a los pobres más indignos.