Cómo medir democracias

23 Abr

En Occidente se «juega a la democracia» con cartas y reglamentaciones que nos dan hechas. Y después, no muy democráticamente, se dan «premios» y «castigos» a quienes se adaptan mejor, pero no a esas reglas sino a otros requisitos: la obediencia a directivas y órdenes fundamentalmente económicas.

Así ha venido ocurriendo durante los últimos casi 70 años, desde el final de la II Guerra Mundial. Quienes siguen las «reglas» del juego político y las órdenes en el terreno económico, son homologados y gozan de los favores del poder, lo cual no siempre supone demasiadas ventajas pero en todo caso evita quedar en el bando de los excluidos, en la zona de los «países marginales».

Pero a la democracia se puede jugar de muchas maneras. Incluso se la puede tomar como mucho más que un juego pero se corre el riesgo de caer víctimas de esa ilusión. Eso le ocurrió, paradigmáticamente, a Salvador Allende, en Chile: creyó a pie juntillas en las reglamentaciones del juego democrático de Occidente y no se dio cuenta a tiempo de que era una trampa. El Imperio, que recorría el mundo con su «pancarta» democrática, lo que exigía no era eso sino una lealtad que Allende no podía tenerle porque primero estaba su lealtad hacia Chile.

Así ocurrió en muchas oportunidades. En Irán, por ejemplo, en los años ´50, la CIA encumbró al Sha tras conspirar para derrocar al gobierno democrático de Mossadegh, que se había atrevido a nacionalizar el petróleo€ Los que rechazan las reglas del juego impuestas por el poder global, o adoptan otras normas€. caen bajo el anatema: no son «demócratas».

El que fuera presidente de Estados Unidos tras el asesinato de Kennedy, Lyndon Johnson (el que fue hundiendo cada vez más a su país en la guerra de Vietnam, un genocidio en grado de frustración porque los vietnamitas «no se dejaron») relató jocosamente cómo «hacía votar a los muertos». Una simple gracia. No fue tan gracioso comprobar que Al Gore había vencido a George Bush (junior) pero le arrebataban su victoria sin que tuviera un buen par de gónadas para reclamar lo que le correspondía. O sea, que el «histórico» Bush, famoso por su guerra de Irak, fue un presidente fraudulento€ pero ni dimitió ni USA renunció a su pretensión de país emblemático de la democracia.

¿La rehabilitada «democracia» en Irak? Ja. ¿La «democracia» a la rusa de Putin? Ja, ja.

¿En Latinoamérica? Allí hubo gobiernos fraudulentos y seudo democráticos que dan para un listado tan largo como el de las intervenciones militares en el Sur de los «demócratas» del Norte. El anterior presidente de México, Calderón, fue investido en medio de furiosas manifestaciones porque los mecanismos fraudulentos que le dieron la victoria habían sido variados y eficaces; su rival, López Obrador, reclamó hasta el agotamiento la repetición de las elecciones. Pasado el incómodo momento, México siguió su trayecto sin que nadie impugnara el carácter fraudulento de su gobierno.

La «democracia» española ya la conocemos a fondo: votemos lo que votemos siempre ganan los mismos, la casta política y el capital financiero. ¿Italia, Portugal, Grecia, Chipre, Irlanda€?

En medio de este negro panorama, hay un sitio donde a casi todos los medios de comunicación les parece evidente que no hay una auténtica «democracia», pese a que ha habido y sigue habiendo elecciones: Venezuela. Hay muchas denuncias sobre usos abusivos de medios oficiales para la propaganda del sucesor de Chávez, sobre limitaciones puestas a la oposición y triquiñuelas empleadas desde el poder€ No sabemos hasta dónde las acusaciones son reales pero muchas de ellas pueden serlo.

Personalmente, prefiero un método para «medir democracia» que me resulta más justo porque atiende al «carozo», al núcleo duro de este mecanismo para designar gobernantes (que esa es su misión: la democracia no es una ideología), que es el grado de «soberanía popular» que existe en un país.

Y con ese método de medición no caben muchas dudas de que la voluntad del pueblo venezolano se identificó en alto grado con Chávez y su propuesta bolivariana. Siendo así, parece lógico que los sucesores de Chávez, que ganaron las elecciones, por estrecho que haya sido el margen, gobiernen. Entonces se verá si siguen sintonizando con la gente o si se apartan del camino marcado por el líder fallecido.

El que esté gobernando y considere que de verdad se está ajustando al requisito básico de respetar la Soberanía Popular, que tire la primera piedra. Los Obama, Rajoy y similares, por favor abstenerse.

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