Algunos economistas empiezan ya a decir lo que no dijeron ni en la pasada década ni en los «90… aunque no llegan todavía a responder a la gran pregunta: ¿quién es el acreedor de tanta deuda como «hay» en el mundo? Dejemos las preguntas retóricas: qué pinta aquí el «cobrador del frac» –los mercados– espantando y hundiendo en la desesperación a los pueblos, diciendo quién debe pagar urgente, quien puede tomarse un respiro y quien no tiene ninguna urgencia para «devolver» el dinero. Nadie contesta a aquella pregunta… por eso, cuando le preguntaron a José Luis Sampedro qué era la economía, dijo: «es una ideología encaminada a justificar el poder del dinero».
Si miramos la realidad sin deformaciones nos podemos deslumbrar. Vivimos en un mundo de fantasía… Pero no es una fantasía llena de colores y formas voluptuosas, ni una poblada de monstruos y alimañas… Es como una pesadilla en la que, simplemente, todo lo que creemos real y concreto es falso.
Vivimos rodeados de bienes materiales con un «catálogo» que trae novedades cada día. Coches, televisores gigantes, dispositivos que combinan diversas «prestaciones», modas de todo tipo (desde las de vestir hasta las de comer) y un inagotable etcétera. Todo eso, que se nos ofrece con los más variados cantos de sirena, se consigue con unos papeles impresos que en cada país reciben nombres diferentes… entre nosotros se llaman «euros».
Esos papeles impresos tienen unos «fabricantes» misteriosos que pueden reducir o aumentar su circulación. Sabemos, por ejemplo, que los bancos, cuando otorgan préstamos, están directamente «emitiendo» dinero. Y si ingresamos dinero en ellos, lo utilizan sin pagarnos nada por ello. En cada país, el Estado y los bancos son los que regulan la existencia y la circulación del dinero. Día tras día el dinero fluye a mayor o menor ritmo, según las conveniencias de quienes manejan sus grifos.
Si algunos de esos bancos «saca los pies del tiesto» es (teóricamente) «castigado»…. ¡Pero sus gestores salen premiados y enriquecidos! Todas estas acumulaciones de dinero van creando la pirámide en cuya cúspide están los propios Estados, los más fuertes… y, por encima de ellos, los que tienen el poder real, los que dominan las tecnologías más sofisticadas y los que disponen del poder militar. En la cúspide de la pirámide, Estados Unidos.
Aunque el poder económico se mueve de acuerdo a sus propios intereses, permanece estrechamente ligado al poder político, que a su vez se respalda en el poder militar. Se trata de un mismo y gigantesco mecanismo de dominación. Los medios de comunicación cuidan que no nos metamos del todo dentro de la monstruosa realidad, casi totalmente escondida, de la que a veces vemos algo, fugaces flashes, como si los contempláramos entre el oleaje de un mar embravecido.
Siempre resultó difícil entender, por ejemplo, que los países convocaran con ansiedad al gran capital para movilizar la economía. Era difícil comprenderlo porque la experiencia indicaba que esos capitales producían ganancias que se llevaban a sus naciones de origen y, al cabo de un tiempo, terminaban quitando al país «ocupado» más dinero del que habían aportado… ¿Por qué buscarlo si al final termina siempre siendo depredador? A los países que intentaron contener las fugas de capitales «se les trató casi como a parias» por desafiar a los «dioses del Mercado», nos dice ahora el economista Paul Krugman, aludiendo a que lo intentó hacer Malaisia en los últimos años del pasado siglo. Y añade: «En casi todos los casos las crisis fueron la consecuencia de la llegada al país de una avalancha de inversores extranjeros, seguida de su desaparición repentina». Justo lo contrario de lo que ha sido durante muchas décadas la «doctrina oficial» de la economía…
El mundo de fantasía es el que nos hacen creer que existe a nuestro alrededor y la realidad parece, al estilo de las historias de Julio Verne, como metida en el fondo de las profundidades marinas… El Sistema hace la alquimia, crea la apariencia en la que vivimos enjaulados. No existe el gran acreedor, no existe el dinero (al menos ese que creemos que se obtiene «trabajando», cuando no nos dejan siquiera trabajar)… nos muestran montones y montones de «maravillas» y nos dan unos pocos papelitos para jugar…. Por eso la llaman «economía de casino»: el ganador es siempre el más corrupto; y el «gran público», que somos nosotros, no puede ni siquiera acercarse a las tragaperras.