¿Quién empezó?

26 Mar

Las peleas infantiles solían arbitrarse con un «¿quién empezó?» Aquel mítico califa de Bagdad de Las mil y una noches, Harum Al Raschid, iba embozado por las calles y trataba de impartir justicia con sincera ausencia de favoritismo hacia los contendientes, desconocidos para él. Aquel principio de justicia no parece haber salido de las páginas del libro para germinar en las calles de la realidad.

Un rotundo artículo de Rosa Díez, titulado secamente No, enlaza argumentos para sostener que el «escrache» debe rechazarse sin margen de dudas. Tropezar con la palabra «escrache» es caer en terreno pantanoso porque se trata del argot lunfardo de Buenos Aires. Raúl del Pozo dice que es «algo así como patota o gresca callejera». El diccionario lunfardo explica que «escrachar» significa «arrojar algo con fuerza». La palabra se actualizó con los finales del siglo XX, cuando Argentina desembocó en una crisis de tal tamaño que las grandes manifestaciones terminaron pidiendo, simplemente, «que se vayan todos». «Escrachar» era plantarse ante un edificio o una casa, para señalar que allí estaba (o se ocultaba) alguien que había sido protagonista o cómplice de sucesos ignominiosos: agentes o torturadores de la dictadura militar, o responsables de desfalcos, estafas, fugas de capitales, «corralitos» y miserias varias–

Reconoce Rosa Díez: «Uno de los mayores males de nuestra democracia es la impunidad». Y añade que la falta de transparencia «nos distingue de los países en los que existe una democracia de calidad». Se echa de menos que nos diga cuáles son esos países. Seguramente no se referirá a la Norteamérica de las cárceles secretas, las torturas y los asesinatos con aviones sin piloto. Tampoco aludirá a naciones europeas que han sido y siguen siendo cómplices de los Estados Unidos; no será Alemania, que está arrojando a la miseria a pueblos enteros; ni Francia, que ha reciclado el colonialismo bombardeando a un país indefenso.

Efectivamente, los «escraches» pueden ser acusados de «ilegalidad». Recuerdan claramente los comienzos del sindicalismo, que desbordaba los límites del orden establecido para defenderse de empresas que contrataban matones para apalear y obligar a trabajar a los huelguistas y en ocasiones asesinar a los líderes. Por aquel entonces parecía bastante claro a quién le hubiera dado la razón el Califa de Bagdad: habían «empezado» los patrones, con salarios de hambre, explotación infantil, trabajo a destajo sin el menor descanso– ¿Y ahora? ¿Quién empezó? He visto una lista de 13 suicidios de 2012 y otros 13 en lo poco que llevamos del 2013€ suicidios atribuibles a la crisis/estafa, casi siempre vinculados con los desahucios.

Se queja Rosa Díez de que unos manifestantes siguieron insultándoles después de que el Congreso votara a favor de dictar una ley antidesahucios€¿No querían eso?, se pregunta. Ni siquiera se le pasa por la cabeza que la indignación no cejara cuando la ley no va a resucitar a los suicidas. ¿Ignora, quizás, que se llegó a esta situación porque un Sistema, al que ella pertenece, premió a los estafadores y está llevando al pueblo español a inéditos extremos de desesperación?

Añade el artículo: «€ Pero el compromiso de acabar con la impunidad no puede ser selectivo». ¿Se trata, entonces, de perseguir a los manifestantes que acuden a las puertas de los políticos para «escracharlos», pero no a los que nos llevaron hasta este desastre?

La trampa del razonamiento está en anunciarnos que «puede ocurrir» lo que ya ocurrió. Los suicidios ya se han consumado. Y la pérdida de conquistas y nivel de vida se consuma día a día. Ella anuncia que no aceptará jamás que una «democracia asamblearia» sustituya «al voto emitido por los ciudadanos en la urna»– ¡pero sí está aceptando que el poder financiero tuerza la voluntad del pueblo español y nos imponga una miseria creciente, como la que ahoga a Grecia, Portugal o Chipre!

Algo parecido está ocurriendo con Izquierda Unida: todavía no ha roto con el Gobierno andaluz, aunque esté a la vista que hay todo tipo de complicidades en el entramado de los ERE» y que los grandes sindicatos han recibido una gorda tajada de aquellas estafas.

Mientras están renegando de todos los valores de la democracia nos piden que la protejamos de unos insidiosos enemigos que serían los «escrachadores» y no el conjunto de la casta política y del poder económico. ¿O cabe aquí alguna duda sobre «quién empezó»?

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