Si queremos ver un poco más de lo que nos muestran tenemos que salirnos de la huella. Nos estamos refiriendo a Hugo Chávez y a las visiones opuestas que se nos quieren imponer. Una de ellas nace de la necesidad de apuntalar el mito. Un mito que comprende todo lo que se puede nombrar como «izquierda» pero también todo lo que abarca el campo de los pueblos frente al poder del imperio, todo lo que se transforma, de un modo u otro, en resistencia al poder globalizado.
El símbolo de ese gran conglomerado es la presencia del presidente iraní, Ahmadineyad, y que, según los cronistas de los fastos fúnebres de Chávez, fuera el más aplaudido.
Pero en el caso de Chávez hay una connotación que le da un pronunciado matiz «izquierdista»: su estrecha relación con la Cuba de los hermanos Castro. Hay una complicada maraña de símbolos y códigos que vincula al enorme continente que se yergue al sur del Río Bravo con Cuba. En los momentos de fuerte polarización Cuba se ha elevado como el desafío al Imperio, y ese valor simbólico ha tenido un enorme peso. El castrismo ha sido la astilla que marcaba la posibilidad de dañar al súperpoder, más que nada porque el propio Imperio persistió absurdamente en su bloqueo de la isla (que hasta Franco rompió con autobuses Pegaso). Acosada por el Imperio, Cuba estuvo también limitada por el otro Imperio, el soviético, que la mantenía con el nudo ajustado: azúcar pagada a buen precio con toneles de petróleo. La supervivencia pero poco más. No hubo «espacio» para el sueño de diversificación económica del Ché Guevara.
Por ese persistente valor simbólico, Cuba fue siempre una amistad a cultivar por quienes querían marcar claramente a qué bando pertenecían. Por eso ahora Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Venezuela… incluso, a cierta distancia, Argentina y Brasil€ quieren dejar señalizada su amistad con el castrismo, por muchas diferencias que mantengan y por notables que sean las «renuncias» de la revolución cubana. Tras las grandes banderas revolucionarias vino una interminable serie de «recortes» que dejaron a la isla convertida finalmente en un duro esfuerzo por mantener una buena atención médica y una educación universal que casi se quedó en alfabetización. Poco para una revolución que surgió con tantas ínfulas pero bastante para un contexto centroamericano de pobreza asesina, donde el terremoto de Haití sigue siendo la herida incurable abandonada por todos.
¿Pero qué pasa en el otro «bando»? ¿Qué pasa en el mundo del capital financiero salvaje? Lo suyo es leer a Mario Vargas Llosa que casi siempre nos indica la dirección€ equivocada. Se trata simplemente de sostener otro mito, el de la «democracia». De modo que cada palabra que se diga contra Chávez tiene que reforzar el credo que rige en Occidente. Este escritor, que lleva tantos años poniendo su nombre (y su fama literaria) al servicio del Sistema cae por momentos en la calumnia, calificando a las guerrillas del FARC colombiano de «vasallas» de Chávez. Sin embargo, no le queda a Vargas más remedio que reconocer que Chávez «nunca acabó de cerrar todos los espacios para la disidencia y la crítica», y que las elecciones, «por lo menos algunas de ellas, como la última, las ganó limpiamente»-
Ya en el final aconseja a los venezolanos no perseverar «en el error populista y revolucionario», sino «en la opción democrática, es decir, en el único sistema que ha sido capaz de conciliar la libertad, la legalidad y el progreso, creando oportunidades para todos en un régimen de coexistencia y de paz». O sea: frente al mito del caudillo popular que fue capaz, por encima de todo, de redistribuir la riqueza, de amortiguar el hambre y mejorar la salud en los gigantescos barrios de chabolas, ese arruinado anfiteatro que rodea a Caracas, hay que optar por este otro mito: el de una democracia que dé «oportunidades para todos». ¿Cuál democracia será? ¿En qué mundo vivirá Vargas?
Hace algunos años, el venezolano Boris Izaguirre escribía sobre Caracas y recordaba cómo, ya de mayor, por primera vez en su vida había «subido» a ese mundo de chabolas y la enorme impresión que le había causado visitar aquella «mitad» desconocida€ Que Chávez haya llegado a ser caudillo popular –un «título» que nadie regala– ocurrió porque dio visibilidad a esa mitad invisible de Venezuela. Eso que tantos años de «democracia» no habían conseguido.