Se agotó el mensaje

26 Feb

De repente, me lo dicen con toda crudeza: se nos ha agotado el mensaje. El Sistema repite su mensaje machaconamente pero va buscando nuevas formas, adopta nuevas máscaras. En cambio, nosotros –todos los que estamos frente al Sistema, cada uno a su manera– repetimos una y otra vez las mismas consignas. Solo cambian los personajes, como un reflejo o un eco de lo que nos ponen delante, como en el pim-pam-pum de un parque de diversiones. Puede aparecer Urdangarin, la Infanta o el mismísimo Rey; puede ser el caso Gürtel, los ERE de la Junta de Andalucía, o ese señor Bárcenas que con su dedo anular nos hace «la peseta» mientras él se lleva los euros.

Se impone otra vez aquel tango de Discepolín que tan certeramente diagnosticaba el Siglo XX, aunque su autor seguramente no imaginaba que el Siglo XXI iba a ser solo una nueva versión de lo mismo, corregida y aumentada.

«Todo es igual/nada es mejor/lo mismo un burro/que un gran profesor»(-) Antes todavía, el mismo autor escribió, en otro tango: «-que la razón la tiene el de más guita (pasta)/que la moral/la venden al contado/y la honradez/la dan por moneditas».

¡Desde los años 30» del siglo pasado venimos diciendo más o menos lo mismo! Pero todavía estamos rodeados de ingenuos que apuestan por alguna sigla política. O la ingenuidad mayor: creer que instaurar una república puede cambiar la realidad esencial del fenómeno que estamos padeciendo, como si Italia o Francia no fueran repúblicas. Y está el que nos anuncia, en tono triunfal, que este es el fin del capitalismo, mientras vemos cómo, efectivamente, se vienen abajo las columnas del «templo» capitalista- pero caen sobre nuestras cabezas. Si la destrucción del planeta avanza inexorablemente sin que el poder ceda ninguno de sus privilegios, ni achique siquiera sus beneficios (al contrario, la gran estafa aumenta aún más su enriquecimiento) -¿cómo vamos a esperar que «renuncie» a nada o que acepte un pacífico relevo a manos de los pueblos soberanos? Porque también es cierto que el Sistema está armado con la tecnología más sofisticada y puede detectar con sus satélites cualquier resistencia y sofocarla del modo que le resulte más apropiado o más barato, llegando al extremo de los asesinatos selectivos o al aún más drástico método de clavar sus misiles y arrasar un territorio… ¿qué podemos esperar de nuestra resistencia pacífica? Aunque también es verdad, por la abismal diferencia de fuerza militar y tecnológica, que solo podemos cultivar ese pacifismo a todo trance. De ese modo, culminaríamos en una muralla humana, arriesgando nuestras vidas para decirle al poder aquello de «tendrán que pasar sobre nuestros cadáveres»- ¿Quiénes y cuántos serían los valientes que se pondrían al frente? Y la suerte que podría correr una iniciativa como esa… ¿no dependería acaso de que nos pusiéramos allí, frente al poder, millones, centenares de millones- ¡aquel famoso 99%!

Pero -¿cómo llegar al 99% si a cada paso que damos surgen desavenencias que parecen insalvables? En las movilizaciones ciudadanas de España, si se ponen a nuestro lado quienes iniciaron la gran estafa pilotada por el capital financiero internacional, como el PSOE y los sindicatos llamados «mayoritarios», ya nos indignamos, con razón, porque nos parece una indignidad que los iniciadores de la estafa protesten ahora, cuando han perdido los votos, las adhesiones y las prebendas. Si no queremos vernos arropados por quienes hasta hace nada estaban en la otra acera, con mayor razón nos regocijamos cerrando puertas, como lo hacemos habitualmente con el anatema: «votaste al pp, jódete».

Es maravilloso –rozando el milagro– que el 15M se mantenga en pie y que más de 300 organizaciones de todo tipo hayan convocado a la movilización de protesta del pasado 23F. Sigue estando allí el germen de una movida popular poderosa. Pero lo que hemos rodado no parece que nos haga ver más claro el panorama. Avanzamos, tropezamos, resistimos, pero seguimos viviendo en medio de contradicciones casi insalvables; entre ellas, una que, «paradójicamente», clama al cielo: descreemos de la irracionalidad de la religión –y nos repugna la hipocresía flagrante de la Iglesia– pero no hacemos más que invocar a la magia para que se cumpla algún misterioso «mantra» revolucionario, en un orgulloso y desafiante «acto de fe». Religión laica esa de que todas las utopías son posibles; unas, mañana, y otras pasado mañana. Quizás una herencia de la inocente y feliz algarabía del mayo francés del 68.

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