Pensemos tres cosas que puedan estar anunciando una crisis terminal de nuestra sociedad. Por ejemplo, un Papa que abandona inesperadamente el «peazo» de barco de la Iglesia. Por ejemplo, un Rey que parece atenazado entre hacer como el Sumo Pontífice, saltando al agua desde su velero (bastante desarbolado) o directamente promover un referéndum para optar entre Monarquía y Tercera República. Por ejemplo, que los bancos centrales de los países europeos estén desbordando su misión, básicamente vinculada al control de la inflación, desconcertados por una crisis (para el pueblo llano, una pura estafa) que se podría titular «la historia interminable».
Comparada con Juan Carlos I o con Ratzinger, la cuestión de los bancos centrales parece algo técnico y que poco nos toca a los ciudadanos de a pie. Sin embargo, hace exactamente 20 años (marzo de 1993) ya nos queríamos quejar a una inexistente Organización de Consumidores de Democracia (OCD) por el enorme poder autónomo de los grandes bancos centrales. Por ahí se nos empezó a agrietar la democracia y fue, como ahora se ve tan claramente, cuando nuestras sociedades empezaron a entregar incluso «poder formal» (los bancos centrales) a ese gigantesco y cada vez más concentrado «poder informal» del dinero.
¿Por qué se desbocan los bancos centrales ahora? Porque van pilotando economías nacionales que están sujetas a feroces oleajes que nacen al ritmo de los grandes capitales financieros globalizados. Es una paradoja que los bancos centrales, pioneros de la globalización hace casi 70 años, ahora no puedan reaccionar ante ella€ Pero es que el mundo está hoy aprisionado entre la gran estructura mafiosa del poder mundial, una tempestad que nos sacude todo el tiempo, y las débiles estructuras de poder nacional (con sus propias mafias locales).
Vale€ ¿Y qué tendrá que ver todo esto, por ejemplo, con la retirada del Papa Benedicto? ¿Está la «huida» del Santo Padre vinculada a la insoportable vergüenza de la pedofilia? Roche Michael Mahony, apartado de la diócesis de Los Ángeles por haber sido protector de curas pedófilos, será, increíblemente, uno de los 117 que podrán participar en la elección del nuevo Papa. Pero la gran sorpresa de los últimos días de «reinado» de Ratzinger fue que recibió al «tecnócrata» italiano Mario Monti, justamente en vísperas de las elecciones que, si no dan con un ganador contundente, pueden devolver a este «hombre de los mercados» al gobierno del país. Los demás partidos protestaron pero nadie pudo impedir que el Papa intentara favorecer a los mercaderes: «a Dios rogando y con el mazo dando€»
La Iglesia será un gran barco pero no deja de ser un bajel pirata, consagrada como lo está a la defensa de sus poderosos intereses económicos; y alejada, como también lo está, de aquellos grandes acomodamientos a los nuevos tiempos, cuando el Concilio Vaticano II la volcaba hacia las grandes luchas sociales que se insinuaban. Ahora, siempre al ritmo de los tiempos, parece fuertemente atrincherada en la defensa de este mundo, tan brutalmente escorado hacia la codicia y el poder omnímodo del dinero. Los especialistas no auscultan más que luchas internas por el poder, un calco de las que se presentan en el conjunto de la sociedad. No parece que vaya a surgir un Pontífice valiente y renovador, como lo fue Juan XXIII en su día.
Vale€ ¿y qué tendrá que ver todo esto con la inestabilidad de un reinado que está siendo atropellado por la corrupción que todo lo invade? Pues eso: que la Casa Real parece tambalearse y que los «diablos» republicanos lo apuestan todo a que la actual Familia Real arrastre consigo al precipicio a la institución monárquica.
En este sentido conviene no perder de vista que incluso el advenimiento de la Tercera República no debe buscarse como si fuera un remedio para la decadencia económica, política y social que estamos viviendo a nivel planetario. Dice Cayo Lara, al timón de la ilusionada barca de Izquierda Unida, que, si en vez de un Rey hubiera un presidente, estaría ya sentado en el banquillo de los acusados. Tiene su toque de resignado realismo pensar que estaría en el banquillo y no soñar con que la Tercera República estaría exenta de corrupción. De hecho, la corrupción se extiende por el planeta y tiñe a casi todos los países, sin fijarse mucho si son repúblicas, reinos, dictaduras o democracias.
La Organización de Consumidores de Democracia (OCD) no existe pero seguro que, si alguien la creara, el primer día ya estaría colapsada por las quejas.