Temo que hoy se puede escribir sobre cualquier cosa pero todo el mundo seguirá pendiente de Bárcenas, de la corrupción del PP, de la desmentida de Rajoy en la que nadie cree, de la corrupción del PSOE o del ataque de Rubalcaba al presidente del Gobierno, impugnado por todos por la falta de credibilidad del «acusador». Las encuestas dicen que Izquierda Unida y la UPyD de Rosa Díez son beneficiarios de la debacle del bipartidismo pero se les presenta un obstáculo difícil de salvar: cada vez es menos gente la que cree en la «casta política», de cualquier color que sea, y en el Sistema, que cada día vuelve a retratarse como una falsa democracia.
Queda muy poco por decir sobre este bochornoso espectáculo en el que los protagonistas semejan ridículos fantoches peleándose entre sí en medio de una ciénaga en la que todos se van hundiendo simultáneamente.
Solo restan, quizás, apenas un par de apuntes al margen.
Uno: desde un punto de vista moral, todos nos sentimos impulsados a pedir que Rajoy dimita y que Rubalcaba le haga al PSOE el favor de irse, aunque los socialistas seguramente más que favores necesitan un gigantesco milagro para mantener la cabeza fuera de la ciénaga. Pero desde un punto de vista pragmático, del más elemental sentido de la realidad, es imposible esperar que los partidos y sus líderes «hagan limpieza», simplemente porque eso representa confirmar la inmoralidad absoluta del Sistema. Ya se sabe que dentro de la ciénaga los movimientos desesperados no provocan otra cosa que hundirse un poco más.
Dos, que el hundimiento es el del Sistema como conjunto, sin atenuantes. Resulta hasta gracioso, amargamente gracioso –esa sonrisa helada con la que a veces saludamos un feroz chiste de humor negro– ver cómo periodísticamente se procura tirar de episodios de corrupción de otros países (principalmente de Estados Unidos y las naciones de la Unión Europea) para señalar la cantidad de dimisiones que marcan los hitos de la corrupción y para extraer el corolario habitual: la democracia es capaz de castigar a los corruptos. Y para señalar, de paso, el camino recomendado a los corruptos ya puestos en evidencia: que se vayan para que el relevo salve la impunidad de la trama del poder. Lo que no se dice (ahí está el chiste) es que tales «sacrificios» de políticos solo representan la capacidad del sistema para «personalizar» las culpas y salvar la estructura política, corroída hasta los cimientos por la carcoma mafiosa que lo controla.
Un periódico de Madrid ha tenido el acierto de tirar de archivo y recordar episodios que marcan la podredumbre en Alemania, Francia, el Reino Unido, Italia, etc. El corolario buscado está en el titular: «Político corrupto, político que dimite». No hace falta repasar los muchos relatos de estafas, prevaricación, malversación de fondos públicos, etc., de los que habla el artículo para buscar la contradicción entre el título y el contenido de la información. Un párrafo del propio texto desmiente rotundamente el tramposo encabezamiento: «Sin embargo, son muchísimos los políticos investigados por presunta corrupción que siguen ejerciendo tan campantes. Son tantos que muchos aseguran que Italia está viviendo una nueva «Tangentópolis» como la que padeció hace 20 años y que barrió el sistema de partidos existente entonces».
Tan mentiroso es el corolario que se extrae, para no admitir que es el propio Sistema el que se encuentra en agonía terminal, que hasta se recuerda que el propio primer ministro que hoy gobierna en el Reino Unido, David Cameron, cuando era líder de la oposición, «entonó el mea culpa y devolvió 700 libras que había facturado indebidamente».
Si todos sabemos que los partidos se financian ilegalmente y que nadie va a tirar de la manta para dejar a la vista sus propias miserias, y estamos viendo día a día que los peces gordos no dimiten y que los corruptos convictos y confesos casi nunca son encarcelados (a veces se los condena pero casi siempre viene detrás el indulto), me queda una sola duda: tal vez estos que he mencionado no sean «apuntes al margen», sino que se refieran al fondo de la cuestión. Personalmente, creo que lo lógico es que entonemos aquel estribillo que hizo época en la Argentina de la corrupción total, entre medio del siglo XX que se iba y el XXI que llegaba: «Que se vayan todos».