Las respuestas del poder a las acusaciones de corrupción generalizada se parecen a un viejo chiste. Una mujer reclama a su vecina la olla que le ha prestado y la hija de la interpelada transmite la respuesta de su madre: «dice que la olla ya se la devolvió y que usted nunca le prestó ninguna olla y que ya estaba rota cuando se la dio». O sea: «aquí no hay ninguna corrupción, la que hay la estamos investigando y más corruptos sois vosotros».
La acumulación de desmentidos, negativas torpes, mentiras flagrantes, respuestas chulescas, etc., etc. no hace más que confirmar a quienes están insinuando ahora el «temor» a la «gansterización» de la política: las acusaciones graves se suelen verter delicadamente como «peligros» o «amenazas» que se ciernen sobre el futuro en vez de denunciar que ya están aquí, que hace rato que han llegado-.
Aquí venimos diciendo el poder mundial está en manos de una «supermafia» que, como tal, solo pretende perdurar en el poder para seguir haciendo su negocio, al margen de cualquier ideología. A nivel mundial se aprecia sin mayores dificultades cómo actúan las distintas «familias»: los franceses, por ejemplo, acaudillados por un sedicente socialista, están ahora trabajando en su propio provecho pero a favor de todas las grandes mafias mundiales, intentando despejar el norte de Malí, un gigantesco desierto en el que están sublevados los históricos «tuaregs» y unos cuantos pequeños ejércitos, a algunos de los cuales el poder señala como Al Qaeda.
En España no resulta tampoco muy difícil ver cómo las distintas familias disputan y se acusan mutuamente pero todas viven de negocios turbios nacidos del dinero negro. Todos sabíamos –sabemos– que los partidos se financian al margen de la ley. Y cuando salen los bienpensantes a denunciar la corrupción traen siempre adjunta la aclaración de que «no se puede generalizar». También podríamos decir que entre Alí Babá y sus 40 ladrones alguno habría honrado€ en su fuero interno, obviamente, porque si se mostrara como tal poco duraría en la banda; del mismo modo, habrá políticos honrados pero en el contexto de la sociedad de hoy más les valdrá que sus compañeros no se den cuenta. Dicen –lo volvimos a leer en estos días– que unos viven «para» la política y otros viven «de» la política. Estos últimos, obviamente, son los que están saliendo a la luz constantemente como corruptos (sin que el hecho de que les apunten los focos ayude siquiera a que sean juzgados y encarcelados); pero los que viven «para» la política están ya tan compenetrados con su oficio que les resulta imposible ignorar la presencia de la corrupción como una realidad que todo lo inunda y todo lo abarca- de modo que han de amoldarse a ella como el «ladrón honrado» de la banda de Alí Babá disimulará sus inoportunos principios morales.
Se nos habla con temor reverencial de los comandos que capturan rehenes como un terrible peligro para los extranjeros que trabajan para las multinacionales que explotan recursos en el norte de África; sin embargo, siguiendo la estela de la brutalidad represiva de la Rusia de Putin, fue el ejército argelino el que se cargó a una docena de esos rehenes y recibió por ello el vergonzoso aplauso de Occidente.
Tenemos la impresión de que la «supermafia» global no controla a todas las mafias que operan en cada país, ni mucho menos a las pequeñas que se refugian en lugares inhóspitos y remotos, justamente como esos pequeños grupos armados que deambulan por África, quizás al mismo estilo que las bandas que practicaban bandidaje en la Edad Media europea. Para «poner las cosas en su sitio» ha surgido brutalmente el ejército argelino, haciendo un trabajo que las grandes mafias le agradecen.
Mientras, en España, ahora mismo, el Partido Popular íntegro es rehén de su antiguo tesorero, un hombre que tiene atado al cuerpo un montón de recibos explosivos: si hace estallar esos recibos no queda títere con cabeza. ¿Y cómo el PSOE de Rubalcaba va a liderar el «rescate moral» si en Andalucía, donde gobierna justamente Griñán, el presidente nacional de los socialistas, es donde los escándalos están siendo, una vez más, enterrados, después de la confesada vergüenza de la inútil «investigación parlamentaria»?
Las «familias» –el PSOE y el PP– se señalan la una a la otra pero lo que nos está faltando en esta película son «los intocables». En la realidad, parece que siempre ganan las mafias.