La mujer retrocede

15 Ene

Aunque parezca mentira, la igualdad de género en el mundo va en retroceso. Y es que Occidente reparte «cultura» (feminismo incluido) a golpe de misil y aviones asesinos

Entre el mundo global en el que teóricamente vivimos y el mundo real hay todavía bastante más distancia que la que imaginamos. Y una distancia que por momentos se agranda.

Todavía puede servir como guía aquella propuesta del «fin de la historia» del niponorteamericano Francis Fukuyama. Aunque él después en parte lo rectificó, su exposición inicial señalaba que el Primer Mundo había llegado a la «estación terminal» de la civilización, que venía a ser la democracia. Decía también que el resto de los países seguía metido dentro de «la historia», como trenes que no llegaban a horario.

No andaba tan descaminado. Aunque la misma realidad podía contarse de un modo bastante diferente: cómo un imperio conseguía controlar de modo bastante uniforme todo el planeta. Los que no habían llegado a la estación terminal eran, en realidad, los que no habían terminado de plegarse al poder imperial… aunque auténtica resistencia quedaba muy poca.

También surgió Huntington con su «guerra de civilizaciones», adelantando lo que iba a ocurrir… o quizás ofreciendo a Estados Unidos un guión que podía convenirle: diseñar el futuro como un choque contra el primitivismo del Islam.

Pero el primitivismo anda por todos lados. Por momentos parece multiplicarse. Anda por la India y por China (dos países que suman casi el 40% de la población mundial), donde muchas mujeres abortan para no tener hijas mujeres, por cuestiones de dotes, una tradición que institucionaliza la «inferiorización» femenina (les llaman «abortos selectivos»). Un dato desesperanzador es que la situación general de la mujer va en retroceso.

Pero esos retrocesos tampoco se dan solamente en las tierras del «enemigo islamista», sino en África en general, en casi toda Asia y también en varias naciones latinoamericanas. Los impunes asesinatos de mujeres en Ciudad Juarez, México (ni siquiera hay cifras oficiales para esta «epidemia» que comenzó hace 20 años), se han extendido a otras zonas del país y también a países centroamericanos como Honduras, Guatemala o El Salvador, donde hoy abundan los «feminicidios».

Hay datos escalofriantes pero seguimos sin atender al hecho principal: las leyes de todo tipo (como las que combaten la ablación del clítoris) tienen escaso efecto y, en líneas generales, los avances hacia la igualdad de género se han convertido en retrocesos. Desde la «cumbre» de nuestra civilización occidental no queremos admitir que se trata de un problema esencialmente cultural: no habrá –no puede haber– cambios impulsados coercitivamente desde la cultura dominante. Aunque en la población autóctona surjan actitudes militantes contra el crecimiento de la desigualdad, no se logran avances reales porque es el poder mundial el que propicia ese avance y eso supone que la Modernidad sea rechazada como una forma más de dominación.

Este hecho central, que cuestiona todo el sistema de poder planetario, queda asociado al «eurocentrismo»: la forma de ver la realidad del mundo asociada con esta civilización concreta, que ha perdido sus principios básicos al abandonar el respeto por los derechos humanos que constituía su principal patrimonio. Esta civilización, que se impone con invasiones y bombardeos y que anatematiza al enemigo con el simple mote de «islamista» –convertido en sinónimo de «terrorista»– no puede resultar ejemplo para ninguna cultura primitiva. Demasiado daño ha hecho ya el primer mundo al «tercero» para presentarse ahora como modelo.

De ahí que resulte al menos sorprendente que un novelista destacado, como Javier Marías, se indigne contra los que subrayan la necesidad de abandonar el «eurocentrismo». Considera Marías que «es lógico que un europeo sea eurocéntrico»… Y es verdad que no tiene sentido que se exija a todo el mundo que renuncie a su propia perspectiva. Pero lo que el prestigioso novelista pierde de vista es que el rechazo nace de realidades históricas: durante demasiado tiempo Europa colonizó al resto del mundo y «fundó» esa visión tergiversada, convirtiendo a este continente en el «centro» hasta en los mapas… Hacer un esfuerzo por abandonar ese modo de observar (y de explicar) la realidad desde una perspectiva imperial puede resultar necesario, en el mundo de hoy, incluso para los «ciudadanos de a pie». Cuanto más para un intelectual que semana a semana quiere aproximarnos a la realidad.

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