Si fuera el único beso que daremos o el único coche que tengamos… ¿cuál elegiríamos? ¿Y si se tratara de un único reportaje? No cabe duda: la destrucción del planeta
Una marca de coches muy conocida está publicitando su modelo más famoso con esta propuesta: que las personas pensemos en cuál automóvil elegiríamos si fuera el único de nuestra vida. La campaña empezó preguntando, si estuviéramos ante nuestro único beso posible… ¿a quién besaríamos?…
Quizás me haya quedado enganchado a esa propaganda porque en estos días navideños y de cambio de año (¡y entrando en un año terminado en 13!) somos fácil presa de todo lo que lleve la etiqueta de único, genial, number one, «el más»… y de las candidaturas a cualquier récord posible.
Son momentos para los resúmenes del año, los anuarios sobre décadas prodigiosas y el recrudecimiento de nuestra vieja manía periodística de anunciar «bodas del año» o «guerras del siglo» (aunque los casamientos son una antigualla y las «guerras» se han convertido en asesinatos cometidos por aviones vacíos).
El caso es que, ante la propuesta del «beso único» o del «coche último» –en otras campañas publicitarias era el «compañero fiel»– me surgió un interrogante personal: de qué escribiría si tuviera un tema único ya para los restos…
No tuve un momento de vacilación: el tema único –al que correspondería dedicar un abrumador espacio de información y análisis— debería ser el calentamiento de la Tierra; la sistemática, la increíble destrucción sistemática del planeta. Entiendo que si habláramos casi exclusivamente de eso terminaríamos por aburrirnos y aburrir a todo el mundo, pero ese es un sino de la época: internet y las redes sociales han hecho recrudecer el terrible fenómeno de la saturación informativa. Terrible porque no tiene antídoto. Nos pasa un poco como a las personas gravemente enfermas: o hablan todo el tiempo de su mal (se agotan y nos agobian a todos) o lo ignoran por sistema, que es también una manera de subrayarlo.
O sea: que si saturáramos oídos y neuronas con el drama de la autodestrucción, solo conseguiríamos angustiarnos radicalmente pero tal vez no avanzaríamos nada en cuanto a «conmover» a los que saben de esto mucho más que nosotros: los políticos, los gobernantes y el poder económico que han creado y mantienen esta situación de sobreexplotación a todo riesgo.
Existe un panel de científicos en el IPCC (institución que obtuvo el Nobel de la Paz en 2007 por su impresionante informe) que está preparando, pasito a pasito, un informe actualizado que se publicará en 2014. Pese al importante premio que obtuvo, el IPCC sufrió una nota de desprestigio por haber exagerado sus previsiones negativas sobre el deshielo de los glaciares del Himalaya. Pero ese fallo, con ser grave, no echa por tierra el inmenso trabajo de estos científicos. Sí preocupa el solo hecho de que todavía falte más de un año para que se conozca la puesta al día de sus observaciones, aunque suelen servir para poco: no son ellos los que pueden enfrentar el desastre, sino solo los que nos cuentan cómo van las cosas. Son el «termómetro» de la Humanidad en tanto los «médicos» que deben atacar el mal no aparecen.
Hubo en estos días una «filtración» del todavía inédito informe, de la cual se deduce que el IPCC ha aumentado la «culpabilidad» humana por la acumulación de anhídrido carbónico (CO2). Como si se tratara de una de esas terroríficas agencias que puntúan las economías de los países, según el IPCC han crecido las expectativas de que sea nuestra civilización la que está contribuyendo decisivamente al deterioro medioambiental. Según la filtración, las actividades humanas habrían causado «más de la mitad del incremento global de la temperatura media observado desde 1950»… ¿con qué probabilidad? Ahí es donde los humanos hemos perdido puntos: si antes aquel dictamen tenía un 90% de probabilidades, ahora tiene un 95%.
¿Las consecuencias? En casi todos los escenarios contemplados, la temperatura subiría «más de 2 grados» al finalizar este siglo (y puede aumentar hasta 4,8 grados); el nivel del mar, del cual se temía antes un aumento de entre 18 y 59 centímetros (siempre para el final del siglo), podría elevarse, según los nuevos cálculos «entre 29 y 82 centímetros».
¿Qué pasa? ¡No pasa nada!… Si estas son previsiones para dentro de algunas décadas. A qué preocuparnos si son problemas que caerán más que nada sobre nuestros hijos y nietos… (Lo cierto es que, si el calor sigue aumentando y el mar puede arrasar pueblos enteros… ¿de qué otra cosa deberíamos estar hablando? De todos los temas, sería, para decirlo con otro lema publicitario, «el único que es único»).