El fracaso intelectual

13 Dic

Culpando al nacionalismo, los intelectuales europeos no contribuyen a luchar contra la «gran estafa». Solo se puede acusar al «nacionalismo» alemán, pero «administrado» por liberales y socialdemócratas.

Se están difundiendo por toda Europa proclamas, folletos, libros y dardos lanzados por «pensadores» que presentan, una vez más, al nacionalismo como «la bestia negra». Soy consciente del rechazo que produce a la gente, en general, la sola idea nacionalista, rechazo que, curiosamente, no impide que las propuestas y «explosiones» nacionalistas sean impulsadas por una gran parte de «la gente». Esa contradicción me ha producido perplejidad en alguna vez pero hace tiempo que la apunto, simplemente, a la paradoja constante que exhibimos los humanos entre nuestro pensamiento y nuestra acción. Frente al mundo animal y frente a los hombres primitivos o los homínidos, el humano que vive bajo formas civilizadas lleva en sí mismo ese gran conflicto: a medida que la racionalidad va ocupando mayores espacios en el «tinglado» que rige la convivencia, lo no-racional –los sentimientos, las emociones– desarrolla artilugios y triquiñuelas que burlan todos los límites. Esa auténtica «lucha interior» es un dato esencial de la vida de cada ser humano.

El nacionalismo, como elemento permanente de choque entre lo que se presenta como «racional» (en Europa, la unidad continental) y ese poderoso sentimiento de pertenencia, no tiene buena prensa. Al menos en España. Porque se lo asocia instantáneamente con el «soberanismo» catalán o vasco, que amenazan la unidad del Estado. Pero el sentimiento es el mismo en una como en otra «trinchera»: el nacionalismo volcado a la «patria» regional de Cataluña y el nacionalismo español que quiere mantener la unidad territorial patriótica.

«Durante los dos últimos siglos el nacionalismo puede presumir de ser el móvil principal de la historia», escribió hace 20 años el periodista británico George Brock. Pero lo curioso de la persistencia de la negación del nacionalismo, en nombre de otros «ismos» (capitalismo, socialismo, liberalismo…) es que ese rechazo ahora aparece para culpar al nacionalismo del fracaso de la Unión Europea, cuando se trata de lo contrario: la UE ha fracasado –está fracasando– porque nunca se lanzó honradamente a construir una «supernación» sobre bases democráticas. En parte por el afán de controlarlo todo de las elites burocráticas, la construcción de esta Europa ahora vacilante fue absolutamente elitista y se hizo apuntando casi exclusivamente a superar las aduanas pero terminó inmiscuyéndose en el gobierno «interior» de cada país sin crear los necesarios mecanismos paralelos de control popular. El resultado está a la vista: minorías encaramadas al poder antidemocráticamente o grupos vencedores de elecciones pero desmontando, con brutal cinismo, todas sus promesas preelectorales, están manipulando las condiciones económicas, sociales y políticas en perjuicio directo de los pueblos. Quien no siga esa línea será anatematizado inmediatamente como «populista», una palabra que han convertido en un insulto en la misma medida en que quieren alejar a los pueblos de cualquier forma de control del poder.

Si algún nacionalismo tiene responsabilidad en este descalabro sería, una vez más, el alemán, y no precisamente el de los pequeños grupos nacionalistas sino el que se cobija bajo una ideología liberal o socialdemócrata (las de los dos grandes partidos germanos).

Otra cosa es que, al amparo de la catástrofe de Europa, los pequeños nacionalismos regionales quieran aprovechar para quebrar una España ya tan destrozada por las mafias continentales y nacionales… porque las mafias no las forman solo los que se corrompen con negocios turbios sino también los que los encubren y administran al país para ponerlo al servicio del capitalismo financiero internacional. Pero es absurdo poner a este nacionalismo regional como culpable de la «implosión» continental, cuando es su víctima y, en todo caso, un depredador menor a la sombra del desastre.

Que ahora un conspicuo liberal, un portavoz verde (Cohn Bendit), junto a un periodista austriaco y a pensadores como Edgar Morin y Ulrich Beck, o el presunto filósofo francés Bernard-Henry Lévy… se esfuercen por convertir al nacionalismo en chivo expiatorio del desastre continental….solo revela la confusión de los intelectuales europeos, que apuntan con tembloroso dedo al acusado de siempre: el nacionalismo. Es la salida fácil y supone que los intelectuales no han podido aportar nada importante para que podamos salir de «la gran estafa» de la cual nuestros políticos han sido cómplices casi sin darse cuenta, básicamente por el afán de apartar al pueblo del poder.

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