Los socialdemócratas –que son todos los defensores del sistema que no se ven a sí mismos como conservadores– vuelven a la palestra, quizás por primera vez desde que la Gran Estafa atacó al Planeta Tierra con casi tan desoladores efectos como la crisis ambiental. En realidad, el desastre ecológico, que avanza incansable, es hijo de los mismos culpables de la Gran Estafa. El caso es que los socialdemócratas pretenden levantar vuelo con alguna propuesta ideológica, como para sentirse de nuevo «en carrera», tras haber seguido, sin vergüenza, la huella de los «neocons», los «neolíberos» y demás especies…
La única apuesta política superviviente que podía servir de pivote a esta reaparición de la «troupe» socialdemócrata (sin bombos y platillos: las cosas no están siquiera para un modesto redoble de tambor) es la victoria electoral de François Hollande y el gesto que tuvo el nuevo presidente francés de cargar sobre los «ricos» unos impuestos fuertes, golpe de efecto con el que logró poner alguna distancia respecto al resto de los «recortadores» europeos.
A poco andar tropezó ya Hollande con fuertes obstáculos a su pretensión de buscar «un camino propio», por más que las diferencias con sus colegas eran más vistosas que importantes. Merkel y «la realidad» (que hoy por hoy se presentan como lo mismo) van recortando también esos arrestos de Hollande, que ha tenido que dar insistentes muestras de su obediencia a los cánones: recrudecer en la austeridad económica y robustecer la amistad con Estados Unidos.
Aunque los pequeños y poco duraderos gestos de autonomía de Hollande no autorizaban ninguna euforia, los que se entusiasman rápidamente con cualquier «brote verde» socialdemócrata nos trajeron una consigna que se está difundiendo: una «revolución minimalista». Se habla de que «los ciudadanos terminen organizándose (…) en pequeñas parcelas, ya que no parece posible en grandes espacios» (Soledad Gallego Díaz); o bien: «estamos aprendiendo algo de esta realidad que se nos presenta como inabarcable: ya no vale teorizar, hay que contar la realidad en pequeñas dosis» (Elvira Lindo).
Por mucho que se hable de que «ya no vale teorizar», hay quien lo hace automáticamente, sobre todo en situaciones como éstas, en las que el «horno crematorio» de la Gran Estafa ha reblandecido a la Unión Europea y tanto calentamiento alienta los espejismos. «¿Qué diferencia la austeridad socialdemócrata de la austeridad autoritaria vigente hasta ahora?» (se pregunta Joaquín Estefanía). Y la diferencia resulta estar en «el ritmo», porque los socialistas no quieren «dar lugar a compulsiones sociales como las que están viviendo Grecia, Portugal y España». De lo cual se deduce que los socialdemócratas no aplicarán una «austeridad autoritaria» porque no la impondrán… ¿podrán aplicarla sin imponerla? Otra diferencia: creen que las subidas de impuestos («bien dirigidas, mayores para los que más ganan o poseen») tienen efectos menos recesivos que «las reducciones del gasto público». Y otra diferencia más: piensan que una reforma laboral debería ser «pactada por los agentes».
Ya tenemos el retrato de la nueva socialdemocracia: como siempre, se trata de hacer más o menos lo mismo que los conservadores pero con guante blanco (obviamente, puesto en la mano izquierda): una reforma laboral pactada, una subida de impuestos mayor para los más ricos y una austeridad «no impuesta». No parece que se trate de diferencias ideológicas muy considerables. Justamente en estos días Rajoy está intentando cargar más impuestos a los ejecutivos con contratos «blindados», lo cual, que sepamos, no lo convertirá en un izquierdista. Y los recortes que están machacando la economía familiar en tantos sitios difícilmente puedan aplicarse si no es imponiéndolos… Todavía no hemos visto fervorosas declaraciones pidiendo que gobierno y empresas supriman la paga extra de Navidad o rebajen los sueldos.
La escasa entidad ideológica de esta nueva socialdemocracia será la que ha llevado –según dicen los corresponsales– a que Hollande y Rajoy se hayan convertido en aliados. De ahí que vaya quedando la otra recomendación, la de las pequeñas parcelas, ya que los grandes espacios nos están vedados. Por lo visto, cuando la gente quiere, por ejemplo, parar un desahucio, vienen los palos de las «policías bravas»… O sea, que quitar la vivienda a una familia y seguir cobrándosela, debe ser, aunque parezca lo contrario, algo de «grandes espacios».