Un suicidio, una opinión negativa en Europa, la reacción de jueces, fiscales y policías, y el movimiento de solidaridad ciudadana finalmente pararon los desahucios más sangrantes.
Perdonen, pero no creo en los milagros. Se supone que a veces ocurren pero no presencié ninguno (-si lo hubo no llegué a darme cuenta, seguramente pensando que era pura casualidad). Y, ya se sabe, los escépticos solo creemos en lo que vemos- y últimamente ni siquiera damos crédito a lo que vemos. Es por eso que no nos rendimos siquiera a la evidencia: sospechamos que algo debe estar trucado y que no hemos logrado darnos cuenta.
Ahora mismo parece que estuviéramos ante un milagro. No puede ser que repentinamente los jueces y los fiscales tomen consciencia de la brutalidad inhumana contenida en los desahucios; que los policías (y su Sindicato Unificado de Policía) se resistan a ser los verdugos en los desalojos; que el Gobierno y el PSOE se citen para proponer una legislación que ponga freno a los casos más crueles; que hasta en Europa, que habitualmente nos resulta tan insensible, comprendan ahora el salvajismo bancario imperante en España.
Es verdad que sonó un terrible toque de atención: una ex concejal socialista de Eibar, Amaya Egaña, se suicidó cuando iban a desalojarla de su piso en la localidad vizcaína de Baracaldo. Pero igual no estamos acostumbrados a que los políticos se muestren sensibles, ni siquiera cuando quedan a la vista tragedias tan descarnadas como la de Baracaldo. De hecho, dudamos de que las medidas que tal vez ya haya adoptado el gobierno al aparecer estas líneas (para las que contaba con acuerdo del PSOE) vayan a proteger a personas en la misma situación de Amaya Egaña, puesto que, según las versiones periodísticas, la idea de Rajoy (parece que compartida por los dos grandes aliados del Sistema, PP y PSOE) era salvar de los desahucios solo a las personas en situaciones más extremas.
Que se trate de una medida parcial, incompleta, sería un triste gesto de coherencia puesto que en el parlamento se rechazó hace poco una propuesta que hubiera dejado a los bancos sin base legal, ya que hubiera convertido en ley la llamada «dación en pago»: una medida tan elemental como lo es el hecho de aceptar que la pérdida de la vivienda, ya en buena parte pagada, salde la deuda. Como se sabe, las empresas financieras pretenden quedarse con las viviendas y, pese a eso, seguir cobrándolas a los empobrecidos compradores. Y es eso lo que han estado haciendo hasta ahora, aunque en muchos casos tropezando con la resistencia de las familias que van a ser desalojadas, que en ocasiones han contado con la solidaridad de mucha gente que se convirtió en «escudo humano» acudiendo a convocatorias del 15M.
Estas movilizaciones populares fueron en verdad las que formaron un «estado de consciencia» en buena parte de la población acerca de la flagrante injusticia que supone dejar a las familias sin el inmueble adquirido pero, absurdamente, sin perder su condición de deudoras de una parte del precio original. Dejar «el todo» por «la parte» que deben€ y pese a eso seguir siendo deudores.
Desde luego, no está ocurriendo ningún milagro. Sí es posible que la intensidad de la política de recortes haya aconsejado levantar un poco el pie del acelerador. Pero no creo que haya motivos para imaginar que el poder está pasando por un «brote de sensibilidad».
Cuando se organizan movidas populares reivindicativas y se consigue alguna respuesta positiva, invariablemente se asegura que las movilizaciones han «golpeado» al Sistema y se decide celebrarlo como una «gran victoria popular». No siempre es así pero la celebración forma parte de una supuesta estrategia movilizadora, sobre todo por parte de quienes promocionan la «acción» por sí misma, como un ejercicio de «gimnasia revolucionaria» y como si las movilizaciones fueran siempre útiles y siempre eficaces. Se trata de un exceso de optimismo y ahí han quedado, por ejemplo, como antecedentes más mitificados que analizados con rigor, las antiguas concentraciones de los grupos «antiglobalización».
Pero en este caso sería difícil negar el valor de los iniciadores, la indiscutible justicia del objetivo y, a favor de una causa tan humana, que haya quedado un sedimento realmente movilizador. Aunque dramatizado, y tristemente impulsado por una muerte horrible –que hay que cargar a la cuenta del poder, aunque ahora, hipócrita y tardíamente, muestre una mezquina reacción– lo cierto es que el movimiento «antidesahucios» puede estar abriendo un capítulo de luchas populares concretas y sobradas de razón.