El hedor de la corrupción

30 Oct

El Gobierno chino es una gran mafia pero tampoco conviene exhibirla demasiado porque la corrupción despide el mismo olor en todos lados… y en eso China no tiene ningún «monopolio».

Hace ya tiempo que venimos hablando de la mafia que gobierna el mundo, en tanto otros se concentran en encontrar identidades ideológicas (neocons, neoliberales, socialdemócratas…etc.). La confusión viene a causa de la existencia de una «realidad paralela» que sobrevive y en la cual, según sea necesario, los dueños del poder se disfrazan con la misma velocidad de Mortadelo (sí, el compañero de Filemón) de monarquía parlamentaria, de república progresista, de democracia representativa, de justicia igualitaria, de poder legislativo… y de todo el interminable etcétera institucional. Como parte necesaria del disfraz se adopta una ideología. Cuando sea necesario habrá nuevos disfraces pero nuestros cazadores de ideologías pronto descubrirán que los dueños del Poder no son «keynesianos»: dentro de esta fauna, los que quieren un Estado más gordo, los que alimentan las nostalgias de un «paraíso perdido», antes de que el Poder convirtiera a la democracia en un mero instrumento suyo; cuando cada uno contaba con un voto y con una pequeño trocito de la tarta, un reparto llamado «estado del bienestar». Este artilugio fue creado por Occidente para sostener a Estados Unidos (y sus aliados) como primera potencia mundial. Se trataba de contrapesar la oferta de la otra superpotencia, la Unión Soviética (un conglomerado bajo el dominio de Rusia), que había inventado otra fábula, la «comunista», donde los votos no contaban más que como «decorado» y se vivía en una gran cárcel bajo la premisa del «igualitarismo» y el pleno empleo, dejando todo el poder en manos de una casta burocrática ferozmente represora.

Occidente adoptó fervientemente el disfraz demócrata. Pero una vez debilitado el poder soviético el disfraz se fue perdiendo a girones y el «estado del bienestar» fue disolviéndose.

En Occidente el poder se ha ido concentrando tanto que se fue deslizando hacia las formas típicas de las mafias: una mera estructura de poder, superprotegida y bunkerizada de tal modo que toda su vida está destinada a la supervivencia. Sus movimientos internos son pactos entre personas y grupos y constantes luchas de facciones. Esos choques van destilando formas cada vez más «puras»: como células cancerosas, no tienen otro objetivo que multiplicar el poder.

Hacia fuera, en la «realidad paralela» donde se mantienen artificiosamente estructuras institucionales, se conservan determinados usos y costumbres para simular un funcionamiento regido por normas y basado en valores… pero la realidad profunda muestra que los valores se han diluido totalmente y las normas solo son respetadas cuando no obstruyen el poder de las mafias gobernantes.

Cuando la «realidad paralela» no requiere de grandes esfuerzos, porque el poder es casi absoluto, las luchas se hacen más evidentes y se nota de modo más nítido que se trata de facciones mafiosas que luchan entre sí. Eso es lo que está ocurriendo en China.

Ya hablábamos en un artículo anterior, comentando la caída de Bo Xilai, de que toda la cúpula del Partido Comunista gobernante era una gran mafia. Lo que habíamos «adivinado» se ha confirmado ahora con la laboriosa y meticulosa investigación publicada por The New York Times, que puso en descubierto una parte del enorme entramado financiero controlado nada menos que por el primer ministro, Wen Jiabao (al menos, unos 2.000 millones de euros repartidos entre su numerosa familia). Jiabao será jubilado (si no lo sacrifican antes) de aquí a 5 meses y le sucederá (si no cambian los planes) Xi Jiping, actual vicepresidente, cuyo propio entramado financiero fue denunciado hace poco tiempo por Business Week. Ahí tenemos a la mafia china, paradójicamente transparente pese a la desesperación de la censura comunista (llamar «comunistas» a estos mafiosos puede resultar tan gracioso como llamar «neoliberales» a nuestros banqueros). Queda en pie una pregunta interesante: ¿por qué los medios de comunicación occidentales hablan relativamente poco de las luchas de poder en China, contando con que deberían dedicarle enormes espacios para desprestigiar a ese gran rival económico? Tengo la impresión de que se nota demasiado que el hedor que despide la corrupción del Gobierno chino en su conjunto se parece demasiado –se ve que la podredumbre es la misma– al olor nauseabundo que despide la corrupción en Rusia, en Estados Unidos, en Japón, en Italia, en México… en cualquier lugar de nuestro sufrido «planeta a la deriva…»

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