Una misión del «pensamiento único» es «achicar» el campo de la política, limitándolo a votaciones esporádicas y minúsculos reclamos vecinales. Lo importante lo deciden «ellos»: a menos política, más políticos
El pensamiento único cumple una serie de objetivos que para el Sistema son fundamentales. Uno de ellos es el de limitar la amplitud natural de nuestro pensamiento: terminamos por creer, por ejemplo, que la política es esta actividad tan minúscula y anecdótica como dar el Palacio de la Moncloa a un señor llamado Zapatero o Rajoy. Ni esta es en realidad una democracia ni este conjunto de ejercicios (votar o protestar porque nos han quitado un semáforo) puede verse como la totalidad del campo de la política. Política es también el sistema carcelario, la manera de educar a los niños o los gestos de autonomía o de sumisión ante el Imperio– Todas esas cosas que parece que las hemos dejado «encargadas» a los inquilinos de La Moncloa y su corte de cortesanos parlamentarios y de altos cargos y que pueden llevarlas más o menos a su antojo.
Leo que Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, quiere que su sucesor sea un vicepresidente que le reemplace cuando él fallezca. Parece bastante lógico, hasta el punto de que no es fácil encontrar una función definida a los vicepresidentes que no sea esa, la de asumir la presidencia si queda vacante. Esto ha ocurrido en Estados Unidos con Truman, con Johnson, con Ford- Pero hay un señor, titulado «observador global», que aconseja a Chávez que «abandone sus pretensiones dinásticas»-¿Acaso no designó Aznar a Rajoy? Incluso en los simulacros de elección democrática la verdad es que los «precandidatos» nacen de una criba que controlan los «aparatos» internos de los partidos; ni siquiera pesan los militantes, cada día más escasos: en el Reino Unido, «cuna» de la democracia, en el último medio siglo, mientras la población aumentaba considerablemente, los laboristas perdieron más del 80% de sus afiliados y los conservadores, más del 94%.
Hace unos días, un amigo me comentó que yo hablaba de Estados Unidos como si diera lo mismo que sea elegido un presidente republicano o conservador. Y es que, en términos de política real, en Estados Unidos la continuidad de un presidente al siguiente está prácticamente garantizada por el Sistema (tan garantizada que, si fracasan los métodos de control, se llega al asesinato, como ocurrió con Kennedy). En los países «centrales» se ha ido extendiendo el mecanismo de «equilibrio» que funciona en Estados Unidos: un bipartidismo con dos fuerzas muy similares ideológicamente (la mayoría de las diferencias se concentra en pequeñas correcciones en la política monetaria o fiscal) con un sistema de «pesas y medidas» que hace correcciones. Si los republicanos proponen a alguien muy proclive al mundo de las multinacionales, ganará el demócrata; y si los demócratas encumbran a alguien demasiado «liberal», ganará el republicano.
Es una ley inexorable de eso, tan limitado, que el Sistema llama «política». Se trata de apretar el «botón» del centrismo y poner en funcionamiento los mecanismos correctores. Comentaba el otro día un sesudo corresponsal que Romney y su equipo habían salido «disparados» hacia el «centro», volviéndose menos críticos respecto a la reforma sanitaria de Obama o la legislación sobre el aborto. Veían una oportunidad ya que Obama había «perdido» el primer gran debate entre los contendientes. Resulta hasta gracioso que nos relaten la campaña electoral como si todo consistiera en retoques de márketing hechos por los expertos: Obama necesita «respetar» más a su rival; Romney debe mostrarse un pelín más liberal- Lo cuentan como si los marketineros estuvieran dibujando con carboncillo y añadiendo o borrando tal o cual detalle- y ya, automáticamente, todos los electores miraran de nuevo el dibujo y vieran al candidato más feo o más guapo-. y en ese mismo momento, decidieran su voto. Así de manipulable resultaría la opinión pública de Estados Unidos –y así estamos llegando a ser, poco a poco, los votantes de todas las «democracias avanzadas»„aunque en realidad lo que consiguen es que cada vez votemos menos, que los políticos nos den más asco y que quepan menos cosas dentro del saco en el que ellos han puesto la etiqueta «Política»- Se burlan de nosotros pero no nos engañan: sabemos perfectamente que, por ejemplo, mandar soldados a morir por el Imperio a Afganistán también es «política» y no un trabajillo al que atiende, en sus ratos de ocio, el ministro de Defensa.