La propuesta de dejar sin sueldo a los políticos tiene su «lógica» por la virtual desaparición del sistema democrático en el cual ellos nacieron y al cual ellos mismos contribuyeron a enterrar
Quizás acosada (políticamente) por la sensación de que no predicaba con el ejemplo, la señora de Cospedal ejecutó una de esas típicas «huidas hacia delante»: planteó suprimir de un plumazo los sueldos de sus diputados autonómicos (Castilla/La Mancha). Como secretaria general del Partido Popular es probable que dicha señora participe sin quererlo (tal vez sin saberlo, pero esto es más dudoso) de una tácita competencia con la vicepresidente del Gobierno, la señora Sáenz de Santamaría, ya que ambas pertenecen al mismo «género» y ambas tienen su cuota de juventud y de belleza aunque, ya se sabe, los cánones estéticos son caprichos de París o de la «Gran Manzana». Hace poco, una compañera de izquierdas consideró guapa a la señora Sáenz de Santamaría y le cayó una samanta de hostias dialécticas como si hubiera cometido alta traición.
La señora de Cospedal quiere quitarle el sueldo a «sus» diputados para dar un buen achuchón a su carrera política. Pero su pretensión tuvo derivaciones inesperadas: la gente se puso a pensar si realmente merece la pena pagarle un sueldo a los políticos para que no hagan nada o lo hagan todo mal o, incluso, hagan lo contrario de lo que hay que hacer. O algo peor todavía, si cabe: que, pagándoles nosotros, entreguen sus «servicios» al enemigo, se llame este Unión Europea, señora Merkel o «los mercados».
Hubo también en estos últimos tiempos quienes hasta se alarmaron por la posible deriva «fascista» de las constantes burlas de los ciudadanos respecto a la actuación de la «clase política». Según un escritor español, muchas veces llamar a alguien «fascista» es como llamar «puta» a una mujer que no nos ha hecho, justamente, ni puto caso. O sea, que el de fascista es un sambenito sencillo de lanzar, de efecto seguro y del calibre de «en tós tus muertos».
La defensa de los políticos pretende que no se los condene a todos por casos supuestamente «excepcionales» detectados (los más clamorosos, los de corrupción: aunque muchos no han llegado a los juzgados, hay ya no menos de 500 procesos judiciales). Pero con estos razonamientos y la terrible amenaza (como sigamos hablando mal de los políticos «seremos» fascistas) se olvida algo vital: al haber dejado de existir la democracia –el que necesite un certificado de defunción que lo pida en la sucursal bancaria más próxima– podría decirse que los políticos, todos, se han quedado sin razón de existir. La excepción podría estar en quien se retire dignamente y solo conocemos un caso: el diputado socialista almeriense Luis López, que se sintió «poco útil». No es que los políticos sean malos o buenos, que habrá de todo, sino que no hay nada que justifique su existencia en una sociedad en la que ellos debían representarnos y han dejado de hacerlo€ e incluso se han presentado a elecciones y así han seguido refrendando con su presencia éste, que ni siquiera es el «gran teatro de la democracia» sino apenas un pequeño guiñol donde no se molestan ni en esconder un poco los hilos.
¿Que la señora de Cospedal quiere quitarles el sueldo? Magnífico. ¿Qué esto desalentará a los políticos profesionales, que ya no podrán aspirar a vivir a cuenta de sus votantes? Estupendo, ya que ni se acordaban que tenían votantes ni mucho menos recordaban si les habían prometido algo. ¿Que si no hay políticos profesionales no funcionará la democracia? €¿Otra vez? Pero si ya ha dejado de funcionar€ preocuparse por eso es como lavar el coche para un viaje para el cual ni siquiera tenemos combustible.
Sí que hay una deriva totalitaria de lo que antiguamente llamábamos democracia; hay un totalitarismo local propio de España, hoy en manos de don Mariano y estas señoras; € hay un totalitarismo europeo liderado por la señor Merkel; € y hay un totalitarismo global capitaneado por Estados Unidos. Las mafias se extienden y los políticos forman parte de ellas o las obedecen€ Vendría bien otra docena de películas de Coppola para ir reflejando el estilo propio no ya de la mafia ítaloamericana, sino también de la rusa, la china, la japonesa, la mexicana€.Bueno, las más típicas y con más «color local» son las que mejor se prestan (no estoy pensando solo en El padrino y su saga, sino también en el Coppola de Cotton Club).
¡Ah, Alfonso Capone, te debemos el monumento que te mereces como ejemplo vivo de lo que los esnobs llaman ahora «gobernanza»!