Hay dos formas de ver las cosas –cuando no muchas más-, como seguramente se va apreciar en las cercanas elecciones del País Vasco. La crisis/estafa global ha volcado contra los pueblos una ofensiva brutal, que está castigando con más fuerza a las naciones más ‘pequeñas’, más frágiles. Bajo este enfoque, los nacionalistas (entre quienes hay separatistas, obviamente) vascos y catalanes deberían pensar que una eventual segregación de España dejaría a sus regiones más desvalidas: entrarían automáticamente en el grupo de los más castigados y además su escisión dejaría a la intemperie al ‘resto de España’, más débil todavía para soportar presiones y despojos que los ‘gobernantes’ (por llamarlos de alguna manera) trasladan sin piedad a los pueblos.
Esta sería, quizás, la reflexión racional: no es buen momento para escindirse.
Pero hay otra forma de ver las cosas, diametralmente opuesta: si España se está hundiendo, como lo proclama casi a diario el propio gobierno, para inculcarnos la resignación al recorte constante y el desarme progresivo del llamado ‘Estado del Bienestar’… ¿a qué seguir atados al palo mayor de la nave?
Desde este segundo modo de ver las cosas, la visión, egoísta pero habitual en medio de las catástrofes, parte de la ‘filosofía’ del ‘sálvese quien pueda’. Traducido al caso, sería ‘los vascos y los catalanes primero’. Lo que en este caso daría más fuerza que nunca a las propuestas separatistas.
Paradójicamente, el País Vasco da la sensación de haber mejorado en el plano estrictamente económico bajo el gobierno ‘españolista’ de Patxi López (PSE, marca del PSOE para ‘las Vascongadas’). Aunque lo están acusando de haber endeudado a la nación/región más que en los 30 años anteriores.
De todos modos, esto no deja de ser relativo: no estar tan mal como el resto de España no significa, de ningún modo, estar ‘bien’.
Siempre he creído (y lo escribí un par de veces) que un referéndum para decidir sobre el separatismo –ser o no ser España—hubiera sido el modo concreto de que la democracia aterrizara en el País Vasco. Nadie se atrevió a tomar al toro por los cuernos de esa manera tan rotunda. De hecho, un referéndum así hubiera hecho el peor daño sobre todo al Partido Nacionalista Vasco (PNV), cuya ambigüedad hubiera topado de frente con la obligación de definirse.
Pero como tal consulta popular nunca se hizo, ahí está el PNV boyante y las encuestas nos dicen que entre ellos y los abertzales de Bildu van a superar el 60% de los votos. Cuentas sacadas, obviamente, por españolistas; porque los de Bildu sumarán seguramente los votos del PNV a los de socialistas y populares.
Para recuperar la ambivalencia, ahí apareció de nuevo Ibarretxe, asegurando que pronto estará en el centro de la polémica una propuesta soberanista como la que él ideó y que provocó la furia de Madrid: aquel fugazmente famoso ‘estado libre asociado’ que pretendía convertir a Euzkadi en una especie de Puerto Rico (que se proclamó estado libre asociado de Estados Unidos) ibérico.
Vista a la distancia, la idea no era tan mala ni tan exótica. Pudo haber conciliado ahora las dos formas de ver la realidad de que hablábamos al principio: no ir ‘a la rastra’ de España ni quedar a la deriva en medio de Europa.
Urkullu, líder actual del PNV, no se alegró de la intervención de Ibarretxe porque él prefiere defender la ambigüedad total y no acentuar la inclinación al soberanismo que propicia el ex lehendakari porque teme que les quite votos moderados.
La entrada con fuerza de los ‘abertzales’ es el gran dato de cambio en la realidad vasca. Pero la cuestión central sigue siendo la que sólo se hubiera despejado con un referéndum: qué resultado electoral dará la siempre calculada ambigüedad del PNV.
Si los nacionalistas logran volver a ocupar el centro del escenario, de nuevo serán los ‘dueños’ de la política local; si resultan aplastados entre el empuje de Bildu y el ‘polo’ españolista, puede ser el comienzo de un imparable declive del PNV.
En cualquier caso, el votante tendrá que optar entre la visión racional (fuera de España estaremos peor) y la egoísta pero tentadora (es el momento de abandonar el escorado navío español).