Llegó un momento en el que tuvimos que ver que el comunismo no era una idea abstracta: era un sistema que sus promotores habían encumbrado en la extinta Unión Soviética o en China. Con el nazismo o el fascismo no tuvimos que hacer ningún esfuerzo, porque unos y otros lo convirtieron en la misma imagen del infierno. Incluso hoy puede resultar pecaminoso querer descubrir la trama de intereses que aprovechó la derrota del nazifascismo para ocupar posiciones de dominio mundial. Hubo otros momentos en que tuvimos que ver que el capitalismo no era una propuesta de modelo económico y social, sino esta monstruosidad que estamos padeciendo, impuesta al mundo por Occidente.
Estamos comprobando también el dominio planetario de una gran mafia. Han encargado que nos guie a una camarilla de economistas que no se cansan de advertirnos de que tenemos que seguir los dictados de los mercados o estamos abocados a la pobreza y la miseria, aunque en esa pobreza y esa miseria nos estamos sumergiendo precisamente por seguir sus directivas.
La corrupción también puede convertirse en una excusa cuando no se admite que es un dato aleatorio porque el sistema mismo es un enorme mecanismo corrupto, con su mafia planetaria y sus mafias locales gobernando regiones, ciudades o países enteros.
Paralelamente, nos cuesta mucho admitir que la casta política sea la administradora del Sistema. Aquí no aplicamos la misma regla de asumir la realidad y olvidarnos de las construcciones engañosas que la disfrazan.
Es muy duro haberse deslizado toda una vida por el tobogán de la subordinación al poder, incluso por quienes le objetaron y criticaron y por eso creen que están al margen de la debacle. Habrá políticos ‘buenos’, ‘sanos’, no corruptos. Pero… ¿es esto realmente importante? ¿No había acaso comunistas ‘sanos’ y ‘puros’ incluso allí donde el comunismo cayó en las formas más monstruosas? ¿No hay incluso pensadores liberales o socialdemócratas ‘honrados’ que fueron consecuentes –a nivel personal- con propuestas que aún hoy pueden resultar tentadoras?
Los que aún intentan esa difícil defensa nos llevan a otra vieja polémica: la que siempre ha agitado en el seno de las propuestas de cambio, entre evolución y revolución; la que en el final del franquismo hacía chocar a los convencidos de que de aquel régimen no se podía salir sin ‘ruptura’ y los que creían en la posibilidad de una ‘reforma’, que son justamente los que pudieron convertir su idea en realidad porque el viejo dictador se murió en la cama. Son ellos los que ahora, con el derrumbe ideológico de todo el Sistema, no entienden cómo la mismísima ‘democracia’ puede haberles estallado en las manos. Si el poder tecnomilitar, económico y político está en las manos de las mafias…¿Quién puede imaginar que esas omnipotentes mafias del poder lo van a abandonar… o siquiera compartir? ¿Quién puede ignorar, por ejemplo, que la corrupción empieza en la ‘partitocracia’ que, entre otras cosas, se cargó el diseño de las autonomías?
Concha Caballero, una política de Izquierda Unida con una buena ‘hoja de servicios’ como militante y dirigente, ha intentado una cierta reivindicación (“¿Son tan malos los políticos?”). “De las nuevas energías sociales –dice– tienen que surgir proyectos, alternativas, reformas radicales que fortalezcan la democracia y devuelvan a la política su sentido de servicio público y de afán colectivo”. A poco cae en el mismo mecanismo del poder: apelar al miedo: “Pero cuidado con el populismo desbocado que proclama verdades irrefutables, que borra las pluralidades y que nos conduce al reino del autoritarismo”. Tanto desde las ideologías liberales como desde las de origen marxista se utiliza la palabra ‘populismo’ como un insulto que subliminarmente reemplaza a la evocación del fascismo. Pero la militante Caballero debería saber que ningún político en ejercicio puede adjudicar a los demás las ‘verdades irrefutables’ porque todos las cultivan; que las pluralidades han sido borradas por el Sistema y que lo que nos ha conducido al reino del totalitarismo es el Sistema mismo. Los mejores políticos no consiguen asimilar que toda la casta a la que pertenecen es la que nos ha traído esto: el fin del pluralismo y el reino del autoritarismo. Esta es la ‘política real’. Habrá muchos políticos ‘buenos’ pero no están en condiciones de cambiar nada si no abandonan cargos y privilegios y se instalan en la calle, junto a los que encarnan ‘las nuevas energías sociales’.