Alguna vez hemos utilizado este símil: quienes son acorralados hacia un precipicio, en su desesperación se sienten tentados de arrojarse al vacío, con la esperanza de tener tanta puntería como para caer en un estrecho arroyito que parece discurrir al fondo del impresionante barranco. Tal vez Grecia iba a animarse a probar tan hipotética suerte, pero no ocurrió, al menos de momento.
Nunca imaginé que el ‘guión’ de nuestra realidad podía ser el de una película de Indiana Jones. Si fuera una película cabría aquel gracioso diálogo, cuando uno de los personajes grita “¡Estamos perdidos”; e Indiana contesta: “Como siempre!”
Pero no es una peli. Hay una especie de Frankenstein que los magos de nuestras seudodemocracias han armado con restos de Estados nacionales y un dudoso ungüento que quiso servir de pegamento pero solo logró pringarnos a todos. Europa cae, entre otras cosas, porque no hay Europa: no hay una asociación política con objetivos comunes, aunque solo fuera aquel ‘collage’ de patrias que proponía De Gaulle. La Europa de los mercaderes terminó por ser solo eso: una relativa alianza económica en la que poco a poco los más fuertes fueron inclinando la balanza hacia…¡sus intereses nacionales!…
El Frankenstein de los cuentos asustaba porque era un ‘ser imposible’, un remiendo que los humanos no podíamos reconocer como un congénere. Y esta Unión Europea se le parece mucho. En algunos de los relatos el ‘monstruo’ resulta un ser tierno y angustiado. La multitud lo persigue para quemarlo, del mismo modo que hoy en cada país hay focos de resistencia que también querrían convertir en cenizas a esta UE levantada por burócratas y chorizos, a golpe de ‘decretazos’ continentales, con un ‘parlamento’ que solo ha sido una parodia. Sin respeto alguno por las normas democráticas, los ‘constructores’ de la Europa de los mercaderes están finalmente sucumbiendo ante sus ‘colegas’, los mercaderes financieros que se están devorando esta estructura decadente.
Y ese Frankenstein, que bien podría personificarse en la señora Merkel, no nos recuerda en ningún momento al tierno protagonista del cuento. Después de todo, la leyenda de Frankenstein puede verse también como una brutal diatriba contra esa ciencia creadora de monstruos, que avanza ciegamente, subordinada al siniestro sentido práctico de las tecnologías, que nos envuelve con reales o supuestos progresos pero nos va dejando monstruos indestructibles que amenazan a la especie y al planeta, como las armas nucleares.
¿Habrá un arroyito al fondo del precipicio? El precipicio nos paraliza de terror pero la silueta del curso de agua, que nuestra vista nublada cree adivinar, es como la maravillosa promesa de recuperar la esencia humana que estamos perdiendo y que tal vez nos desembocaría en un idílico paraíso natural….
El Syriza griego parece haber querido contemporizar, limando sus aristas: anunció posibles renegociaciones a las que Frankenstein se niega en redondo; si hubiera vencido tal vez se hubiera apoyado en esa negativa para intentar la aventura de Grecia en solitario (arrojarse al precipicio en busca del pequeño río). Leo un titular: “El euro gana las elecciones en Grecia”; más honrado hubiera sido decir: “El miedo gana las elecciones en Grecia”, porque ha sido el pánico –dramatizado por toda la Unión Europea a coro y con desplante amenazante– el que dio el triunfo a Nueva Derecha: entregarse otra vez (¡dando el gobierno a los corruptos responsables del desastre!) a quienes jaquean y explotan hasta la miseria a los griegos.
Los mercados nos devoran y la Europa de los mercaderes solo atina a salvar la ropa: Alemania nos comanda hacia un futuro que, en el mejor de los casos, es para ella sola. Por supuesto que Europa paga su incapacidad para competir con el poder norteamericano y con el chulesco capitalismo de los chinos y otros cachorros asiáticos. Todo va tomando la forma que le quieren dar ‘los violadores del mundo’, el gran capital financiero y las multinacionales. En ese nuevo ‘dibujo’ los europeos vamos perdiendo todo lo conquistado, ofreciendo una ‘lección’ trágica: “no repartáis nunca la riqueza –parecen decir nuestros mercaderes- porque solo conseguiréis debilitaros y dar más fuerza a vuestros rivales”. Visto del otro lado, lo que algunos repiten obcecadamente: es el sistema capitalista el que nos esclaviza.