No soy creyente. Sin embargo, escuché la voz de Dios, gutural y con un rotundo eco (como era de esperar). Y me decía textualmente: “Escribe algo a favor de Rajoy”. Pese a mi antiguo descreimiento, lo trate ‘de tú’, como si fuéramos viejos conocidos (desde mi ateísmo hubiera debido hablarle ‘de usted’) y le dije que me estaba pidiendo demasiado. Mi trabajo como uno de esos tan mencionados ‘observadores políticos’ (de cuya existencia hay dudas mucho más profundas que acerca de Dios) me obliga a poner cierta distancia con los hechos y a no caer en prejuicios. De ahí que me molestaran las constantes críticas a Rajoy desde días antes de asumir, sin darle tiempo siquiera a acertar en algo. Muchos estaban seguros de que tal acierto no iba a producirse pero a mí me parece una injusticia poner a parir a alguien antes de darle una oportunidad.
Le di, pues, desde mi atalaya personal, una serie de oportunidades: 20 días, 50 días, los famosos cien días, y ahora ya pasamos de 150… Durante ese tiempo esperé pacientemente algún acierto. Zapatero había puesto muy alto el listón de las tonterías y el de las mentiras, lo que era sin duda una oportunidad para Rajoy. Pero no la supo aprovechar.
No acertó ni una. Cuando varios países europeos intentaban poner freno a la hegemonía de la señora Merkel, Rajoy se apuntó incondicionalmente a la disciplina germana. No solamente acometió recortes brutales sino que llegó a anunciar que todos los viernes anunciaría nuevos tijeretazos. Cayeron drásticamente las partidas destinadas a educación y sanidad. Por añadidura, se opinó grotescamente que ‘sobraban’ veinte mil maestros. Esa manera de estrangular sin dejar entrar siquiera un hilillo de oxígeno se explicó como una gran voluntad de sinceridad. Algunos economistas (como el ‘pope’ Krugman), entre tanto, aconsejaban a Europa un toque de inversión reactivadora y mostraban la catástrofe que se empezaba a insinuar ya desde el pozo de la austeridad, consecuencia inevitable de la creciente parálisis de la economía.
Por momentos, Rajoy alcanzó unas empinadas cumbres de insensatez con la ayuda de ministros y altos funcionarios. Así, logró hechos sin precedentes, como el plante de todos los rectores al ministro que les esperaba. Mientras, se iba sabiendo que los déficits autonómicos, gigantescos, batían records en las autonomías manejadas por el PP, como Madrid y Valencia.
Pero todo eso quedó empequeñecido cuando se anunció un nuevo rescate a la banca, siempre el último (al menos podrían decir, como cuando vamos de copas, que es el penúltimo): 15.000 millones. Una cifra anunciada un poco ‘al tun tun’ que en pocos días pasó a 19.000, a 20.000 y a 23.500 (al cierre de esta edición nos preguntábamos si seguiría creciendo). Esa enorme suma, superior a los mayores ‘salvavidas de pasta’ dados a los banqueros (jefes de la mafia que nos gobierna) era en este caso para Bankia (Caja Madrid, para entendernos), caja emblemática manejada por el pepero Rodrigo Rato, a quien se obligó a dimitir para no tener que dar explicaciones sobre el desastre. ¡Escándalo! ¡Más dinero público para la banca! ¿Será posible? ¡Y 15.000 millones… perdón, 23.500 millones!
Pero no era esa tampoco la cifra. Hay otros 27.000 millones más en danza (¡ya van más de 50.000 millones!) para Catalunya Caixa, Novagalicia y el banco de Valencia. Se pidió una investigación por el descalabro de Bankia y el gobierno se negó. Ni PSOE ni IU levantaron mucho la voz porque sus representantes estaban sentados en el consejo de Administración de la antigua Caja Madrid. Pero, por supuesto, tertulianos radiofónicos y editorialistas de la prensa clamaron contra esa injusticia flagrante de no investigar lo que realmente había pasado. Y decían cosas obvias, como que nos estafaban, nos hacían pagar sus desastres…¡y encima no investigaban siquiera! Lo peor es que nos roben y los responsables, como Rato, no pasen directamente del puesto bien remunerado a la cárcel. ¡Que se vayan todos, si! Pero no a sus casas: que se vayan a las celdas esas que ahora dicen que en algunos sitios tienen piscinas climatizadas y en otros televisores de plasma. Muy bien: que disfruten también de saunas y que les obliguen a ver Telecinco. ¡Pero entre rejas!
¡Dios mío! Ah. Justamente, quería decirle: ¿cómo voy a hablar bien de Rajoy? Y darle un consejo: pidiendo esas cosas nunca va a agrandar la lista de creyentes.