Hablar de ‘geopolítica’ es como mentar a la ‘bicha’. Durante mucho tiempo era algo parecido a señalar la absoluta insuficiencia de las ideologías para intentar explicar la realidad. Hablar de lo ‘geopolítico’ era –es- pertenecer a esa misma familia de descreídos que no queríamos –no queremos- convencernos de que hay dos grandes explicaciones posibles para todo: una es que ‘el mercado’ va resolviendo casi todos los conflictos sin que apenas nos demos cuenta; y otra que los conflictos algún día se resolverán mediante la lucha de clases. No importa que el mercado resuelva pocos conflictos (o ninguno) y que en general tienda a crear otros nuevos y más gordos que los que se dan por superados. Importa menos todavía que la llamada ‘clase obrera’ ya no exista: muchos teóricos la están buscando y se da por supuesto que en algún sitio se habrá escondido. Cuando reaparezca, seguramente luchará y nos sacará de este berenjenal.
La geopolítica, en cambio, no resuelve ningún conflicto y hay que seguirla mirando con desconfianza aunque muchas veces nos da claves para entender algunas cosas. Entender, uno entre mil ejemplos, que China, ya dominada por los comunistas, lo primero que hiciera fuera enfrentarse con la Unión Soviética, a la que se suponía su aliado natural; o que, por parecidas razones, una vez lograda la autonomía por parte del Vietnam comunista, una de sus prioridades fue disputar una guerra de fronteras contra la propia China (por iguales explicaciones geopolíticas, Vietnam había sido mucho más ayudado por la URSS que por la cercana China). O entender por qué Europa del Este es tan furibundamente antirusa y pronorteamericana; o bien por qué América Latina confronta con el ‘gran vecino del norte’ de modo casi automático. Cosas de la geopolítica: las ideologías pasan y los intereses ‘nacionales’ –¡dios mío, si, todavía con eso!- siguen en pie.
Aunque el poder ‘nacional’ no se imponga de la misma manera que antes, los Estados sigue siendo los grandes guardianes del orden mundial (al servicio del gran capital financiero y de las multinacionales, pero allí están, sobreviviendo) y los Estados periféricos, que se sublevan contra el poder de las superpotencias (hoy día, de la superpotencia única y sus socios menores) son los pequeños focos de resistencia, modestas acumulaciones de poder nacional, que pretenden ser autónomas.
Un tablero es indispensable para el juego. El tablero no lo explica todo ni determina los resultados, obviamente, pero si queremos entender qué se está disputando tenemos que empezar por referir la realidad del ‘juego’ al tablero donde se desarrolla. Si hacemos abstracción total del tablero (como suelen hacerlo liberales y marxistas ‘modernos’…los clásicos de ambas corrientes sí que atendían al tablero) no nos enteramos de nada porque perdemos todo referente (o nos remitimos a referentes equivocados).
Toda esto viene a cuento de lo que está ocurriendo en el mundo árabe-musulmán, un conglomerado lleno de matices al que en Occidente generalmente lo presentamos como algo coherente y con una estrategia propia que apunta a ‘destruirnos’, cuando la realidad puede verse exactamente al revés: es Occidente quien les persigue, les divide (paradójicamente, aunque siempre los presente como una grande y cohesionada pandilla de fanáticos) y les arrincona con la etiqueta de terroristas y el sambenito de oponerse a la modernidad (y ni siquiera saber interpretarla).
Tratemos de definir en nuestra cabeza el tablero. Una alta franja de territorio que ocupa el casquete norte de África; un ancho y largo trozo de territorio pegado a África por un hilo de tierra: Asia Menor; un nudo donde Asia Menor se une al resto del enorme continente asiático, nudo que engorda alrededor de Palestina/Israel, con Jordania, Líbano y Siria; y finalmente Estados de mayor tamaño: Irak, Irán y Pakistán, que van ensanchando Asia hasta tropezar con la India… Más allá los ‘indios’, la inmensa China y, hacia el norte, el descomunal territorio de las naciones desperdigadas tras la explosión de la URSS… y el todavía gigante Estado ruso.
¿Pueden ‘verlo’… ‘pensarlo’ así?. El punto de inflexión, la antigua ‘llave’ estratégica (no la única pero quizás la principal) está en el nudo palestino/israelí. En esa posición tan central Occidente implantó un Estado, Israel, de alta tecnología y fue ayudando a poblarlo con minorías, grupos, personas venidas del mundo entero.