Me pregunto si cuando un medio de comunicación encarga un artículo sobre Islandia el redactor jefe le suelta a su enviado especial alguna frase ambigua: ‘Vete con cuidado… ya sabes lo que hay’; o bien ‘piensa que te lo van a mirar con cuatro ojos…’ No lo sé y sin duda pertenecerá al secreto de todos lo sumarios. Tal vez se le diga algo más rotundo pero ni falta que hace. Volverá el colega un tanto acomplejado y convertido en el jamón del bocadillo entre su ‘obligación’ como profesional (aquel imposible ‘toda la verdad y nada más que la verdad’) y esa duda que siempre nos carcome, y hoy más que nunca, por no poder calibrar hasta qué punto el ‘producto’ que elaboremos puede costarnos el trabajo (y tal vez incluso grandes dificultades para encontrar otro).
Las informaciones que llegan desde Islandia no resultan ‘a pedir de boca’ de ninguna de las ávidas bocas que esperan el bocado maravilloso. ¿Qué sería? Para los defensores del sistema el ‘relato’ de la Islandia de hoy no resulta ni siquiera un ínfimo alimento: querrían una tragedia que sirviera de escarmiento a cualquiera que pretenda rebelarse contra las imposiciones que nos están llevando a estados comatosos como sociedades: desde la caída por un precipicio que no se sabe dónde termina –como Grecia- hasta la pérdida de toda clase de ventajas y ayudas, deslizándonos por un barranco que, en realidad, tampoco sabemos si puede ser el mismo precipicio. Si el ejemplo de Islandia fuera catastrófico muchos estarían agitándolo para reprocharnos incluso las más tímidas protestas.
(No se lo pierdan , si son capaces de tomarlo con cierto humor: hay portavoces cercanos al PP que cualquier movida callejera se la atribuyen a un plan de Alfredo Pérez Rubalcaba…¡para acabar con la democracia!).
Otra posibilidad sería que Islandia fuera un diseño de laboratorio para respaldar las ideas que abundan en el 15M: si rompemos con los ‘ajustes’ que nos imponen podemos salir del atolladero y, tras unos años duros, ver un horizonte de recuperación de cierto nivel de bienestar. Cuántos agitadores amateurs se la pasan repitiendo lemas tópicos, quizás creyendo que contribuyen a alguna revolución o a una ‘toma de consciencia cuando solo ayudan a anular todo pensamiento crítico; algunos de ellos no se cansan de repetir, por ejemplo, que allí “encarcelaron a los banqueros”; en verdad, solo un responsable está encarcelado: para él se piden 2 años de condena y el proceso va tan lento que ha generado insistentes protestas.
Islandia no se ha podido desprender tampoco de su avidez por recuperar inversiones y, por tanto, ha tomado con regocijo que las famosas agencias ‘tipo Nerón’ (las que suben o bajan el pulgar para mandarnos o no a las fosas de los leones) les hayan mejorado la calificación y eso les haya permitido conseguir un crédito de casi 1.500 millones de euros del ‘maldito’ FMI. Son muestras evidentes de que los islandeses, en realidad atemorizados por las consecuencias de la crisis, que todos están pagando, no aprovechan esta coyuntura única para lanzarse abiertamente, por ejemplo, por la senda del ‘decrecimiento’. Ni allí ni en ningún país de Europa parece que los ciudadanos hayamos adquirido clara conciencia de que el ejercicio de consumir menos es el que tenemos que aprender con mayor urgencia.
Ahora gobierna Islandia una coalición de socialdemócratas y verdes pero los líderes de la gran movida no están nada satisfechos. La activista Brigitta Jonsdóttir, diputada, sentencia: “Nada ha cambiado porque el sistema que nos llevó a la crisis es el mismo”.