Dos cosas están a la vista: una, que el bipartidismo es una fórmula de alternancia entre dos propuestas similares y que se parece mucho a un ‘partido único’; y la otra, que hay una estrategia, más abarcadora, por encima incluso de ambos partidos, que establece una cierta supervisión sobre el conjunto de los mensajes que nos llegan por distintas vías. O sea: que hay un Sistema que diseña e impone el ‘pensamiento único’ y que crea ‘moldes’ interpretativos ‘correctos’.
Contra el bipartidismo tenemos un creciente rechazo pero no estamos tan prevenidos respecto a esos moldes, esas piezas del puzzle, esos ‘modelos’ que quieren que asumamos como propios. Hubo una época en que el márketing pasaba por ‘personalizar’ cada producto y esto sigue en pie aunque sin el fervor de los primeros tiempos. La fórmula para que seamos consumidores pasivos y masivos pero al mismo tiempo nos sintamos ‘individuos diferenciados’, distanciados de la masa, es esa personalización: un coche de tal modelo, pero con el techo a cuadros o con un brochazo rojo en medio de una pintura negra; un mechón de cabello coloreado pero con muchas alternativas para virar al feroz rojo, al imponente negro, o a un osado violeta… ¿Cómo escapar a esa falsa individualización? Electoralmente, la manera de sentirnos ‘individualizados’ es votar a Izquierda Unida, al partido de Rosa Díez o a Equo. Como lo estamos viendo, poner estos ‘colores’ en el Congreso de los Diputados no cambia casi nada: la verdadera ‘contestación’ sigue estando en la calle, donde se juega, por ejemplo, la desesperada resistencia de los griegos a que les pase por encima la locomotora del poder financiero y de sus agentes políticos, que gobiernan en todos los países de Europa.
Una de las muchas técnicas para construir esos modelos que son como las ‘fichas’ del pensamiento único es la de indicarnos el peligro en algunas señales distantes, denunciadas como ‘extremistas’. Una década atrás nos dijeron que la ‘ultraderecha’ estaba creciendo en Austria, a través de un partido sobre el cual lanzaron el anatema continental; poco después, Silvio Berlusconi asumió el poder en Italia, con la práctica totalidad de los medios audiovisuales bajo su control, y todos confraternizaron con él, que en los cánones clásicos estaba en el mismo lugar –o más a la derecha aún- que aquellos austriacos.
Y ahora vemos cómo Sarkozy se pone ‘a la derecha de la derecha’ para quitarle votos a la hija de Le Pen. Y la señora Merkel, sin ser, obviamente, ninguna extremista ideológica, sí es absolutamente radical contra las economías frágiles, las que los ‘mercados’ han destruido y ahora terminan de aplastar y pisotear, justamente como la griega. ¿Será menos de derechas la señora Merkel? ¿Será de izquierdas el socialista Hollande, aspirante en Francia, o resultará un Zapatero que al llegar al poder hará el brusco giro que todos dan hacia el ‘realismo’… o sea, hacia el poder puro y duro?
Estamos en medio de ese vacío ideológico; la que gobierna el mundo no es una ‘ideología’ neoliberal, o neocons: es una mafia cada vez más fuerte, que reparte el juego con decenas de mafias distribuidas por el mundo, que ni tiene ni necesita ideología. ¿Hay algún extremista por ahí? Si, por supuesto, siempre está el ‘niño malo’ al que hacerle juntar los dedos y darle con la regleta, el feo ejemplo para mostrar a todos, mientras los que organizan y controlan las ‘salvajadas’ se ríen y se dan codazos. El niño malo de hoy es Hungría. Tan malos son que están queriendo remover al director del banco central… ¡Serán ‘fachas’ que quieren que los parlamentarios elegidos en votación puedan quitar el puesto al tecnócrata inamovible, protegido por la UE y el FMI! Es el viejo truco de la magia, que no es refugio de milagreros sino de artistas: mirando fijo a ese punto se nos van colando los Berlusconi, los Sarkozy, las Merkel…¡Miren para Hungría!
Los húngaros están volviendo a un nacionalismo más cerrado, como seguramente ocurrirá en muchos sitios en la misma medida en que el proyecto europeo ha naufragado. Esta es la Europa del poder económico y financiero, sin atenuantes: ni pan ni libertad. ¿Cómo los húngaros –y todos los demás pueblos frágiles y expoliados- no van a volver la vista hacia el nacionalismo, intentando recuperar esa soberanía que hemos ido depositando todos en mano de los mercados… más concretamente, de los mercaderes?
Muy interesante. Si me permite una crítica, empezó muy bien (me encantó el ejemplo de la individualización preestablecida de la masa) pero se volvió un poco obstuso al final.
Lamento que no le gustara el final, amigo Rafael. Lo que pasa es que las realidades no se explican por lo racional, como nos quieren hacedr creer. Los húngaros, como muchos otros, al sentirse atacados y ver que su soberanía como pueblo se ‘disuelve’, retroceden y se atrincheran en su nacionalismo (el nacionalismo solo se les permite a los ‘grandes’, como Estados Unidos o China). No es ni malo ni bueno en sí: es una reacción natural. No sé si sus diferencias con el artículo iban por ese lado.. Gracias por su aportación.