Cuando se habla del Islam y del mundo árabe se emplean unos códigos que parecen sólidamente establecidos y que limitan el mensaje según los prejuicios dominantes en Occidente y que son casi universalmente aceptados, cualquiera sea la ‘ideología’ del receptor; esos prejuicios nos han creado, por ejemplo, una gran sensibilidad a mensajes que abundan cuando se intenta construir una democracia: las clases medias, se nos dice (o los sectores liberales, o los partidos de izquierdas, o ‘los intelectuales, etc.), temen el ascenso de las fuerzas políticas musulmanas.
Los mismos que saludaban con entusiasmo que las grandes manifestaciones populares no estuvieran dominadas por aquellas fuerzas vinculadas a la religión mayoritaria, se muestran apesadumbrados e inquietos cuando ven que las elecciones democráticas crean ese ‘peligro’… ¿Qué tipo de peligro? Esto suele dejarse en una nebulosa. Puede ser que se quiera imponer algún tipo de pañuelo o velo o que se quiera crear un marco jurídico bajo el ancho paraguas de la ‘sharia’, la ley islámica. En esencia, se trata del incierto peligro de condicionar a la sociedad con fuertes influencias religiosas.
Parece que el mundo árabe y el Islam estuvieran desamparados porque su alternativa resultan estar siempre entre una dictadura feroz (Ali en Túnez, Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia, Bachar El Asad en Siria, el gobierno que puso Estados Unidos en Irak…), poco y nada religiosa o bien partidos definidamente musulmanes.
Pero resulta que este fenómeno ha ocurrido siempre: Occidente impulsó la mano dura de los ‘socialistas’ argelinos contra el florecimiento de las fuerzas políticas islamistas, que allí terminaron derivando al terrorismo pero después de que se les cerrara el camino de las urnas.
Como entonces en Argelia, como antes en Irán, cuando la CIA derribó al primer ministro Mossadegh, que había nacionalizado el petróleo, y como después en Palestina, donde la democracia trajo el gobierno de Hamás… el caso es que ninguna democracia ha sido del gusto de Occidente. De ese desencuentro entre lo que Occidente quiere que ocurra y lo que realmente ocurre cuando se instaura una democracia, nace la leyenda de que los países musulmanes ‘no están preparados para la democracia’. El que no está preparado para la democracia es Occidente, como está quedando vergonzosamente a la vista en los procesos de la llamada ‘primavera árabe’. En todos ellos, incluso en la Libia machacada por los bombardeos de la OTAN, las fuerzas políticas dominantes son las musulmanas… y eso ocurre incluso en Marruecos, donde no se aprecia ningún brote primaveral.
Claro que no todos los musulmanes son iguales: los hay ‘buenos’ y ‘malos’. En esa alta franja árabe-islámica del norte de África se observa que la mitad oriental (Túnez, Libia y Egipto) es la que está en esa efervescencia todavía vacilante entre la feroz represión y los persistentes intentos de crear una democracia; en tanto que en la parte occidental (Argelia, Marruecos, el Sahara y Mauritania) la más estrechamente vinculada a Occidente, la democracia está demasiado maquillada para que se la reconozca- Al otro lado, ya en Asia Menor, hay un vasto territorio que sigue en manos de monarquías feudales y allí Arabia Saudí ha capitaneado la represión a sangre y fuego, que abortó las rebeliones populares en Bahrein o Yemen. Y esas monarquías (agrupadas en el Consejo de Cooperación del Golfo, el CCG) están ofreciendo dinero y apoyo de todo tipo a Mohamed VI.
Más allá, la Siria donde el tirano Bachar al Asad también sigue reprimiendo a sangre y fuego. ¿Y más allá? Ahí está Irán, el gran polo de atracción para los musulmanes, el único país que todavía desafía a Estados Unidos por aquellos lares, allá donde incluso los chinos prefieren el lenguaje del poder del dinero.
O sea: que todos esos territorios viven en el ‘temor’ al Islam, según los enviados que nos cuentan la realidad en los medios, pero inexplicablemente, temblando de miedo, siguen votando a los partidos islamistas. Y cuando el miedo se hace pánico no es cuando gana terreno el Islam, sino cuando los dictadores, casi siempre respaldados por Occidente, se atrincheran en sus palacios y matan, literalmente a patadas, en las plazas (como lo estuvieron haciendo días pasados los generales egipcios), a los ciudadanos que igual, increíblemente, siguen desafiando al poder.