Antiguamente se hablaba de ‘leer entre líneas’ cuando un texto pretendía insinuar algo, sin decirlo abiertamente. En ocasiones, esos ‘intertextos’ buscaban eludir la censura. Al presente no hay una censura institucionalizada pero existe el ‘pensamiento único’ que da a todos los mensajes una coherencia demasiado densa -la famosa corrección política- y que nos escamotea, como si fuéramos niños grandes, lo que a nuestros gobernantes les parece que no vamos a poder digerir. Ejemplo cercano, el fantástico caso de Islandia… Y digo fantástico porque ya parece una estúpida obcecación mantener una cortina de silencio cuando ésta ya ha sido rasgada por las versiones que nos han ido llegando a través de Internet. Pero a lo que íbamos: ya no se trata de leer entre líneas sino de juntar unas líneas de un texto con otras de otro texto, como si estuviéramos queriendo descifrar un código secreto. Otro ejemplo reciente: una información de la agencia británica Reuters contaba, hacia el miércoles 2 de marzo, que el periódico británico ‘The Daily Telegraph’, citando fuentes norteamericanas, anunciaba el posible uso de una fuerza de elite del Special Air Service (SAS) del ejército del Reino Unido para apoderarse de unas 10 toneladas de gas mostaza y de gas sarín de las que dispondría Muamar El Gadafi… Si avisaban era porque ya estaban metidos en territorio libio. ¿A qué hablar de algo que se supone supersecreto? Seguramente para dejar caer sobre Gadafi esa nueva y terrible acusación: que dispondría de gas venenoso; algo parecido se utilizó contra Sadam Husein y resultó una mentira de las gordas. Ahora bien: ¿habrá alguna coincidencia entre esa posible incursión de una unidad ‘de elite’ británica y la información de que un grupo de 8 soldados de esa misma nacionalidad fue apresado por los rebeldes que luchan contra Gadafi justamente el jueves 3 de marzo? De este último apresamiento nos enteramos por un corresponsal que publicó el diario londinense ‘The Guardian’ justamente cuando aquellos sigilosos agentes especiales, estilo pantera rosa, habían sido ya liberados. Los soldados habían sido ‘arrojados’ desde un helicóptero en una zona cerca a Bengasi, la capital rebelde. Según ese periodista, tenían la misión de ‘tomar contacto con los rebeldes’; siendo así, habría que pensar que las cosas no estaban muy bien organizadas porque los rebeldes les apresaron, temiendo haberse topado con un grupo de mercenarios de Gadafi, al ver que estaban provistos no solo de un armamento sofisticado sino también de una pequeña montaña de pasaportes con distintas personalidades para cada uno. El colmo del caso: el ministro de Exteriores británico, consultado sobre el tema, calificó al comando de “equipo diplomático”. El corresponsal añade: “La intervención de las fuerzas especiales podría haber enojado a algunos opositores al régimen, que opinan que nadie ha invitado a los británicos en el conflicto”. A su turno, Gadafi detuvo a 3 pilotos holandeses.
Planea sobre todo esto una operación de intervención contra Gadafi, algo que a nadie se le ocurrió siquiera cuando el tunecino Alí o el egipcio Mubarak estaban reprimiendo brutalmente a sus opositores. La diferencia es obvia: aquellos dos tiranos eran aliados y protegidos de Estados Unidos, en tanto Gadafi, aunque se haya hecho perdonar en su día por Bush (hijo), sigue siendo, históricamente, un enemigo. Por eso ya podemos ver a los guías ideológicos de Occidente, como el historiador británico Timothy Garton Ash, o el ‘filósofo’ francés Bernard Henri Levy propagando y defendiendo la idea de ‘injerencia humanitaria’. Están ablandando el terreno, bombardeando las posiciones en defensa de ese principio de no injerencia que es la gran base para que algún día exista el derecho internacional. A muchos la idea de la ‘injerencia humanitaria’ puede resultarles interesante pero conviene recordar que estos principios constituyen barreras para impedir que un país pueda someter a otro más débil… Una vez derribada esa barrera se deja libre el camino para que el imperio se pasee por el mundo poniendo y quitando fronteras. Cuando los mismos que ponen en el poder y defienden a los dictadores se vuelven tan indignados contra un dictador en concreto, al que no controlan del todo, lo menos que podemos reclamar es nuestro derecho a la desconfianza.