Hace algunas semanas comentamos un par de propuestas para ‘refundar’ el mundo pero nos dejamos en el tintero algunos proyectos de cambio que surgen de la realidad misma, antes que de alguna teoría. Uno de estos casos es el de Islandia, donde da la impresión de que se hubieran tomado la democracia al pie de la letra: se inició un proceso para determinar las responsabilidades por haber provocado la crisis, de resultas del cual hay ahora banqueros perseguidos con órdenes de ‘busca y captura’. También se decidió por referéndum (con mayoría del 93%) no pagar la deuda presuntamente contraída por ‘el país’ (y no por los financieros responsables del desastre) con inversores de Holanda y del Reino Unido. Como consecuencia de la crisis se tuvo que ir el gobierno entero. También se decidió redactar una nueva constitución: dejando de lado a los partidos, cualquier ciudadano pudo ser candidato a ‘constituyente’ con solo 30 firmas de respaldo (Islandia solo tiene 300.000 pobladores). En estos días el presidente de Islandia, Olafur Grimsson, se ha negado nuevamente a que los ciudadanos paguen deudas contraídas por los bancos (en este caso, el on line ‘Icesave’) con inversores extranjeros. Lo más impresionante del caso de Islandia es… que se ha ocultado de tal modo que prácticamente toda la opinión pública europea lo ignora.
Otra idea interesante ha sido la de Richard Wilkinson, economista, y Kate Pickett, licenciada en antropología física, que aunaron especialidades tan diferentes para escribir ‘Desigualdad’, un libro que revisa más de 170 estudios académicos realizados durante las últimas décadas, que les permitieron comparar la situación de 23 naciones desarrolladas y 50 estados de Norteamérica. Analizando datos sobre problemas sociales directamente vinculados con la infelicidad de los ciudadanos (índices de enfermedad mental, de delincuencia, embarazos adolescentes, expectativa de vida, fracaso escolar, obesidad, violencia…) llegaron a una conclusión: la infelicidad está directamente relacionada con el grado de desigualdad que impera en una sociedad; no depende tanto del nivel de riqueza, como del nivel de desigualdad. Incluso los sectores privilegiados padecen más infelicidad cuando la desigualdad es mayor.
Señalan que las sociedades, al llegar a un cierto nivel de riqueza apenas mejoran ya en cuanto a reducir los índices de males sociales claramente vinculados con la infelicidad. En las décadas de los ’50 y los ’60 algunas de estas sociedades alcanzaron los niveles más bajos de desigualdad, pero el último tercio del siglo XX representó una caída creciente hacia la infelicidad. A tal punto que se teme que incluso la esperanza de vida pueda empezar a caer, por primera vez, después de muchos años de ascenso continuado. Las enfermedades mentales se dispararon. Algunos estudiosos hablaron del ‘virus de la abundancia’: la búsqueda de riqueza y símbolos de estatus se asocia cada vez más con la necesidad de presumir y reforzar los sentimientos de superioridad. En el listado de las desigualdades los Estados Unidos están primeros, seguidos del Reino Unido; y entre los más igualitarios figuran los países escandinavos y Japón. Se han tomado incluso el trabajo de desmontar el mito de que los humanos somos inexorablemente envidiosos y avaros. Según ellos, durante el 90% de la historia humana se vivió en sociedades más igualitarias que la actual. Nuestros ‘antepasados’, los chimpancés y los bonobos (variedad enana de los chimpancés), actúan de modo muy diferente; mientras los chimpancés tiene machos dominantes y peleadores, los bonobos apelan al sexo incluso para aliviar situaciones de tensión, como siguiendo la consigna de ‘hacer el amor y no la guerra’. La herencia genética humana muestra más afinidad con los bonobos. Finalmente afirman, con ese toque de ingenuidad que siempre asociamos con los científicos ‘de laboratorio’: “La elocuencia de los datos resulta crucial para que la opinión pública modifique su percepción de este asunto, pues por sí solos conducen a la evidencia de que una sociedad más igualitaria es una sociedad mejor para todos”.
Eso (más igualitaria, mejor para todos), señor Horacio, es, y era evidente; pero, ¿Quién podía dudar de ello, y sin necesidad de mediar sesudo estudio?
Un saludo, y muchas gracias.