En los primeros minutos del nuevo siglo persistía un clamoroso silencio en cuanto a propuestas ideológicas. Todavía se estaba digiriendo la nueva estructura de poder tras el hundimiento de la URSS. Pero en la primera década del XXI germinó un ramillete de teorías y proyectos. La sociedad comenzó a cuestionarse desde todos los ángulos. Y las disputas de poder emergieron escandalosamente: nuestras peores sospechas resultaron juicios benévolos cuando la realidad escondida pudo observarse, por ejemplo, con los focos de los papeles de WikiLeaks.
En los dos artículos ya publicados acerca de la pregunta sobre la necesidad de ‘refundar’ el mundo hemos visto algunas sugerencias para abordar esta realidad espeluznante de la manipulación a escala mundial, las mentiras sistemáticas de un sistema que se hunde, el aplastamiento de todas las culturas autónomas, la implosión de la democracia…
Pero cuando esas sugerencias pretenden promover un cambio, siquiera el más modesto, parecen ‘palos de ciego’ nacidos de la desorientación; o bien conclusiones obvias pero imposibles de aplicar: las típicas de aquella asamblea de ratones que veía la solución en ponerle un cascabel al gato pero nadie era capaz de hacerlo. Por ejemplo, las estupendas propuestas para poner una tasa al gran capital especulador o las felices sugerencias de recortar el poder de los bancos en vez de recortar los gastos sociales.
Es obvio que los dueños del poder no están por la labor. Pero tampoco surge siquiera una fuerza política que proponga, por ejemplo, poner al sistema bancario bajo control social (ni siquiera digo estatal porque el Estado ya parece la empresa de seguridad de las multinacionales).
Hay, sin embargo, un par de ideas que nacen con un cierto realismo. Una de ellas apunta a la gente tanto como al poder y nos está ofreciendo un camino para rectificar el rumbo antes de estrellarnos: un supremo esfuerzo de sensatez. Me refiero a los que defienden la urgencia de abandonar la meta del crecimiento y plantearnos seriamente la necesidad del ‘decrecimiento’. La expuso con claridad el francés Serge Latouche y en España la respalda Carlos Taibo (‘En defensa del decrecimiento’). Una de las imágenes más nítidas que manejan es la que nos habla de un barco que avanza hacia unos arrecifes contra los que va a chocar. Muchos proponen bajar la velocidad pero es obvio que eso no evitará el accidente: tan solo lo demorará. Casi todo lo que se está hablando hasta ahora acerca del cambio climático supone buscar fórmulas para bajar la velocidad. Cuando se critica a los ‘decrecionistas’ achacándoles que nos quieren retornar a la Edad Media, ponen un ejemplo (Philippe Saint-Marc) que nos invita a imaginar una Francia con 200.000 parados, con una criminalidad 5 veces inferior a la actual, donde las hospitalizaciones por enfermedades mentales se reduzcan a una tercera parte, los suicidios a la mitad… y en la que apenas se consumiesen drogas… El acertijo se resuelve así: esa no sería la Edad Media sino la Francia de la década de los ’60. Si, por el contrario, seguimos consumiendo al ritmo actual, la debacle tal vez no se produzca dentro de milenios ni siglos… sino en otros años ’60: los del 2060.
Intentaremos que este veloz repaso a las posibilidades –urgentes, vitales- de ‘refundar’ el mundo tenga la semana próxima su última ‘entrega’.
«Rectificar el rumbo entes de estrellarnos»..he aquí la clave de la cuestión a mi parecer, sabemos que vamos por el mal camino, si nos apuramos, hasta vemos el muro al que vamos directos pero pàrece que nos está costando rectificar…rectificar es de sabios…¿es que ya no quedan sabios en este mundo?
La respuesta aquí mismo; para sabio, Horacio Eichelbaum. Una alternativa política que cuente en sus filas con personas así, es el areopago griego -de la Grecia clásica, no de la ruinosa de hoy- es la que necesitamos ¿a que sí?
Gracias Lola por tu afecto y tus buenas intenciones…Pero parece que me estás queriendo empujar a la política…Y la política ‘es lo mío’, de toda la vida, como ‘objeto a observar’, pero no es para nada ‘lo mío’ como actividad. No es que piense mal de los políticos como personas, pero el sistema les asigna una función lamentable y no pueden escapar a ella (a los periodistas nos pasa tres cuartos de lo mismo).