Resaca buena o resaca mala

21 Jun

Cuando escribo estas líneas todavía no sé cómo puede haber comenzado este martes, si con resaca de festejos porque España logró da un paso adelante en el Mundial o con resaca de malhumor por un traspié irreparable. Al margen del Mundial, me da la impresión de que todos, sean cuáles sean las ‘señas de identidad’ políticas de cada uno, estamos encontrándonos en un extraño ‘lugar’: como si fuera la sala de espera de un inmenso aeropuerto en la que nadie sabe si subirá a algún vuelo y cuál podría ser tal vuelo. Aquel ‘viaje a ninguna parte’ de Fernando Fernán Gómez, en el que una compañía de cómicos, entre las alegrías y las desgracias cotidianas, iba marchando de pueblo en pueblo, era otra manera de decir la frase emblemática de los peregrinos rocieros: que lo principal es ‘el camino’. Pero esta terrible realidad que estamos viviendo nos nubla la vista de tal modo que ni siquiera podemos ver el camino. O quizás no hay camino y ni siquiera logramos seguir el machadiano consejo de ‘hacer camino al andar’. ¡Qué oportuno el Mundial, un sacudón de mitos y leyendas con tanta fuerza que es capaz de distraernos! Es tal el desconcierto que rodea a la crisis… la ignorancia sobre su posible final, la incertidumbre acerca de su capacidad destructiva futura, la desconfianza hacia quienes llevan el timón (decir ‘gobiernan’ sería un grotesco eufemismo)… que estamos todos entre convencidos de que el ‘sistema’ –con todos los subsistemas que lo integran- ha fallado estrepitosamente y desconcertados acerca de un posible hundimiento porque ni siquiera sabemos contra qué hemos chocado.
De repente, uno ve a personalidades emblemáticas del sistema, como Iñaki Gabilondo, confesando esa paladina ignorancia en la que estamos y entrevistando a un señor del grupo ‘Attack’ –los que sueñan con un impuesto al gran capital, ese al que nadie logra ‘imponerle’ nada- que antes nunca había pisado la tele. En Estados Unidos tienen un programa de asistencia para compañías de crédito (una especie de 061 de emergencias para bancos) y están viendo con enorme inquietud que los banqueros, que siempre se quejan de los impagados, tienen un índice de morosidad altísimo: al mes de mayo pasado 91 entidades (seis meses antes ‘sólo’ eran 55) no habían pagado las cuotas de su ‘devolución a los contribuyentes’. Se ha convertido en un tópico recordar lo evidente: que los culpables de la crisis son los únicos que le están sacando provecho.
Hay una persistente minoría que se obstina en recordarnos que el lobo ya vino y que se está comiendo el rebaño ante nuestras narices. Son los defensores del ‘decrecimiento’. Deberíamos estudiar cómo nos apuntamos al ‘decrecimiento’ y organizarlo lo más racionalmente posible, o nos va a caer encima como una lápida. ¿Será realmente así? ¿Tendremos que fijarnos metas inversas? ¿Cuánto nos ‘achicamos’ este año, y el próximo, y el siguiente…? Hay síntomas imposibles de negar. Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Autónoma de Madrid, ha señalado hace unos días que el AVE “es un ejemplo de libro de cómo las clases populares celebran con alborozo que con los impuestos que pagan se perfilen líneas y trenes que sólo han de ser utilizados por los integrantes de las clases pudientes”. Una lectora de un pueblo cercano a Málaga se burla de una crónica sobre la construcción de la llamada ‘hiperronda’ y de los enormes gastos que supone, “como si la crisis fuese en broma, una pesadilla pasajera de la que despertaremos para seguir haciendo lo mismo (…) Pero… ¿y si no es así? ¿Y si es cierto que no nos queda otra que el decrecimiento?”.
El AVE y la Hiperronda son dos muestras del hiperdesarrollismo que hasta hace muy poco reinaba en los manuales de economía. Y de ese desconcierto que, por inercia, nos hace seguir moviéndonos como si la crisis fuera ‘una pesadilla pasajera’. ¿Y si la lectora inquieta tiene razón y no podemos volver a lo de antes? ¡Viva el Mundial!

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