Si hablamos frecuentemente de doble rasero o de doble moral es porque esa hipocresía –esa manera de falsear la realidad- se practica a diario. Se parte de la base de que existen unas reglas de juego teóricamente respetadas por todos y que están siendo ignoradas o burladas. No hay, en cambio, doble rasero cuando la misma realidad se juzga desde otra perspectiva, negando el entramado legal en vigor: cuando se salta una frontera y se rechazan las reglas de juego (a lo mejor justamente porque se consideran trucadas por quienes deben aplicarlas). Es lo que se define como ‘insurrección’. La propaganda oficial –el ‘pensamiento único’- prefiere llamarlo siempre ‘terrorismo’, de modo de meter en un mismo ‘pack’ cualquier forma de oposición y lanzarles a todas el anatema que las descalifique antes siquiera de enterarnos qué cosa impugnan o cuál es su denuncia. Cuando nos movemos en una actitud crítica respecto del sistema tenemos que tener claro desde que ‘lugar’ lo hacemos. Los pueblos que están siendo atacados, como los de Irak, Palestina o Afganistán, no están haciendo ninguna reflexión teórica: simplemente, resisten la invasión. Pero cuando, aún defendiendo actitudes críticas, no hemos roto con la legalidad vigente (al contrario, reclamamos su aplicación leal, sin dobles morales) en muchas ocasiones se confunden los planos. Muchos interpretan la suspensión del juez Garzón, por ejemplo, como si sus meritorias actuaciones pudieran ponerlo a resguardo de la aplicación de la ley (recuérdese que la decisión del Supremo se adoptó por unanimidad). La nueva versión de ‘Robin Hood’ nos pone fácil ver a Garzón como defensor de las causas justas y al resto del entramado judicial como una representación colectiva del ‘sheriff malo’. En una columna publicada por La Opinión de Málaga el pasado domingo, Carlos Carnicero ponía las cosas en su sitio: querer remitir lo que le pasa a Garzón a que éste quiso “investigar y procesar a los responsables de los crímenes del franquismo”, es una afirmación carente de rigor con la que se manipulan los “legítimos sentimientos” de los familiares de las víctimas del franquismo “en el mismo plano que lo hizo el PP con las víctimas de ETA”. Robin Hood era un insurrecto. Garzón, un defensor del sistema.
Una situación que está en el límite entre el sistema y la insurrección es la posible huelga general. Las muchas décadas de luchas sindicales desembocaron en que nuestra Constitución ampare a la huelga. Cuando las luchas populares europeas estaban siempre al borde de la insurrección –siglo XIX, gran parte del XX- a veces a la huelga general se le añadía la coletilla: “huelga general por tiempo indeterminado hasta la toma del poder”. Jiménez Losantos acaba de publicar un artículo asegurando que la huelga general “atropella las libertades, perjudica a la economía, erosiona a las instituciones, no crea un solo puesto de trabajo y disuade de crearlo…” El final del párrafo es pura demagogia; otras afirmaciones parecen exageradas, cuando no falsas; pero es difícil negar que “erosiona a las instituciones”. La huelga general está entre las herramientas más poderosas de los trabajadores y de ahí que suela esgrimirse como amenaza pero muy excepcionalmente se utilice. Apelar a la huelga general encaja mejor con una estrategia insurreccional, algo que hoy resulta imposible asociar ni con UGT ni con CC.OO., dos aliados valiosísimos para el sistema (que cobran su apoyo en importantes subvenciones). Usar armas tan poderosas con intenciones políticas a corto plazo mientras se está apuntalando al poder, es otro caso de doble moral. Es evidente que vivimos en una sociedad que practica la doble moral o abandona toda moral. Pero mientras el sistema parece hundirse hay quienes conspiran: se prepara una fuerte movida para reemplazar a Zapatero; nada indica que esto pueda ir en beneficio de los ciudadanos.
O dos morales o ninguna
24
May
Correcto, amigo Horacio.