Los avatares de la llamada ‘novela explosiva’, que, efectivamente, estalla en las manos del lector cuando este llega a la página 52, se han convertido en la que quizás pueda considerarse como la primera noticia literaria global, ya que su repercusión no solamente ha llegado a los países más primitivos (como Cabo Verde, Vaniatu, Israel o Bangla Desh) sino que también es motivo de comentario en vastos sectores sociales de medios rurales en los que es ampliamente mayoritario el analfabetismo.
Los directivos de la Unesco (organización de las Naciones Unidas para la difusión de la cultura) han elogiado la enorme difusión lograda por este estallido literario, aunque, naturalmente, lamentando la muerte del anónimo lector y limitando estrictamente su entusiasmo al hecho de que una cuestión así supere barreras culturales y otorgue a una noticia literaria la misma o mayor difusión que la de las mayores novedades deportivas.
Esta buena disposición hallada en la Unesco y en otras entidades vinculadas al mundo de la cultura contrasta con la actitud de la mayoría de los críticos literarios, que están en paradero desconocido, haciendo llegar a través de terceros sus negativas a tratar este tema. El crítico literario norteamericano Haroldo Boom, que pudo ser localizado, tampoco quiso opinar por ahora: “Ya tengo bastante con mi apellido como para ocuparme también de libros explosivos”, dijo.
En España, unos de los escritores y críticos más representativo de las nuevas corrientes, Enrique Matavillas, aseguró que quería tomar “toda clase de precauciones” antes de abrir juicio sobre esta novedad editorial. “Un final tan abrupto –explicó- no tiene porqué suponer un valor añadido. Es cierto que los críticos habitualmente vamos por delante pero en este caso quizás lo más prudente es esperar a que sean los lectores los que vayan por delante”.
Un portavoz de la editorial quiso subrayar el éxito de la operación de marketing que han diseñado, siguiendo, por supuesto, los deseos del propio escritor. Llama poderosamente la atención –indicó el representante de los editores- que una situación tan dramática como la que ha dado popularidad al libro (cuyo título ha quedado eclipsado por el publicitario apodo de ‘la novela explosiva’) sea, sin embargo, el origen de una curiosidad tan inmensa que tengamos listas de miles de interesados en comprar y leer el libro, aunque la mayoría de ellos ha preguntado por la posibilidad de reintegrar el ejemplar a la editorial una vez que lo hayan (casi) finalizado.
Al señalársele a este portavoz que se habían divulgado informaciones asegurando que no se había podido conseguir un nuevo lector, tras el primero y único que el libro tuvo hasta ahora –‘lector y mártir’, le llaman los editores con respeto casi religioso- desmintió rotundamente esa versión: “Hay muchísimos voluntarios, al menos en teoría; sólo que nosotros no queremos iniciar la confección y distribución de nuevos ejemplares hasta tanto hayamos podido asegurarnos de las posibles responsabilidades penales”.
En la empresa editorial nadie ha querido confirmar alguna de las dos versiones antitéticas que están circulando: una oficial e inicialmente tomada como rigurosa, que asegura que el explosivo utilizado en el libro es Goma 2, y otra que afirma, al parecer con pruebas fehacientes, que se trata de Tytadine. En cualquier caso, ante la posibilidad de que proliferen los libros con ‘carga explosiva real’ –como les llaman- se vuelve a plantear el problema de siempre: las grandes casas editoriales están en condiciones de utilizar los explosivos más modernos, y de comprar cantidades importantes a precios más bajos, en tanto que los editores de pequeña envergadura tendrían que emplear explosivos de tipo casero. “Si los explosivos fallan o provocan daños ridículos –ha dicho el responsable de una editorial modesta- eso no contribuirá al prestigio de nuestro sello en este nuevo y prometedor sector de los libros detonantes”.
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Macanudo. ¿Podrían distribuirlo en los ‘cafés con libro’ con una burbuja de plástico para que no salpique?
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