Hasta no hace mucho se hablaba de los organismos internacionales como una garantía de que algo estaba bien hecho o al menos cumplía con unos requisitos mínimos de legitimidad. Incluso con la espantosas guerras imperiales del siglo XXI (Irak y Afganistán ampliada a Pakistán), protagonizadas por Estados Unidos, invadiendo y bombardeando a países pobrísimos con excusas aún más pobres, todavía se acostumbra invocar a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como si eso diera a tales masacres algún viso de ‘legalidad’.
No está de más recordar una y otra vez que no existe ninguna ‘legalidad internacional’, trasunto del igualmente inexistente ‘derecho internacional’. (Alguna vez festejó la broma Rodríguez Carrión, fallecido profesor de nuestra Universidad de Málaga, gran especialista en esa materia, cuando se le preguntaba –como chiste, pero con un trasfondo demasiado serio- cómo podía ser experto en algo que no existía). Uno de los juegos más frecuentes de nuestros políticos es hablar respetuosamente de principios que nadie respeta. La designación del nuevo secretario general de la ONU, el coreano Ban-Ki-Moon vino a demostrar que ya no puede formarse, ni siquiera fugazmente, un frente de países que pueda oponerse a los tejemanejes norteamericanos. Históricamente, la asamblea de la ONU no tiene poder real (el poder está en el antidemocrático Consejo de Seguridad, reino del derecho de veto) pero allí al menos eran mayoría –y abrumadora- los países dominados, y nos los dominantes, lo que les permitía unas pequeñas alegrías, como lo era, por ejemplo, perturbar a veces las intenciones de consenso de Washington, como cuando era el momento de designar al secretario general. Pero en esta ocasión no fue posible, por la ausencia de una estrategia común: Venezuela o Brasil tiran en una dirección, Irán o Libia van por otra, Rusia y China, cada uno por la suya… y así sucesivamente. El resultado fue el nombramiento de un coreano que sigue a pie juntillas los deseos norteamericanos. La actuación de la ONU es hoy tan poco transparente que no se sabe siquiera cuantas de sus supuestas misiones ‘de paz’ están ejecutándose en este momento.
Esto trae a la memoria el trágico traspié de 1950, que tanto desacreditó a la ONU: la ausencia de la URSS del Consejo de Seguridad propició que las tropas norteamericanas acudieran a luchar en la Guerra de Corea con la bandera de las Naciones Unidas. La utilización de los organismos internacionales para encubrir a los grandes intereses del poder mundial está llegando a un extremo nunca visto desde aquel sonado caso de 1950, que viene a tener hoy una continuidad simbólica en el papel que está jugando un coreano al frente del organismo. La crisis económica ha puesto en evidencia el descarado uso que los países poderosos han hecho –y siguen haciendo- del Banco Mundial y del FMI, algo sabido o sospechado por todos. Pero resultó más novedoso que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) tenga que ser investigada bajo la fundada sospecha de que sus alarmas frente a la gripe A fueron un ‘favor’ que hizo a varias multinacionales de medicamentos. A mediados del presente mes una conferencia sobre biotecnología, celebrada en México y auspiciada por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), organizó un debate en el que ni siquiera se discutía el papel de otras grandes multinacionales: las que propician los cultivos transgénicos y crean monopolios sobre las ‘nuevas’ semillas que están hundiendo a la agricultura tradicional. Ya va siendo hora de que la cercanía de los grandes organismos internacionales –‘socios’ de las multinacionales- nos lleve a tentarnos la cartera… y a desconfiar de todo: desde un préstamo a una vacuna, pasando por un pesticida.