Confieso que no sé si me ha venido bien o no, escribir casi una semana después del fallecimiento de José María Martín Urbano, reconozco que, si con el calor del momento hubiera tenido que expresar lo que siento, me hubiera resultado mucho más difícil, aunque ahora no me resulte fácil.
Ya lo sabemos todo, sabemos la secuencia de los hechos, sabemos cómo y dónde ocurre, intuímos que, al resultar algo fulminante, parece que no llegó a sufrir. Eso es, lo sabemos todo.
Como ahora todo el mundo era íntimo de él, seguro que tenemos un recuerdo entrañable, respetuoso, de veneración, adoración y admiración, y lo cierto es que eso tendría que haber sido lo lógico durante todo el tiempo, porque todo eso lo mereció siempre, no había que esperar a su muerte.
José María era tan grande y generoso que tenía la capacidad de darte tu espacio importante en su vida, el transcurrir de los días y lo vivido en su adiós me dice que fue un poco nuestro padre, muchos tenemos la sensación de haber estado al lado de alguien más allá de un entrenador de baloncesto mayúsculo o a uno de los más grandes cofrades, su figura trascendía.
Y lo más grande de él fue que lo hizo todo a base de una honestidad brutal, con la fidelidad marcada, a su Maribel, imprescindible en su vida desde siempre, a su labor docente de educador, a la Semana Santa, al Baloncesto… todo ello dejándote tu espacio al lado de él.
Recuerdo cómo me tacharon de loco -literalmente- por pedir en Los Guindos que quería ser su ayudante, decían: “no te van a pagar”, “vas a trabajar más horas que las que tiene el día”, “vas a pensar en todo momento en el equipo”, y llevaban razón, todo eso era cierto, pero lo hice junto con mi más o menos estresante trabajo, mi familia y mi vida, y ¿saben una cosa? Fui feliz. Aunque discutiera con él multitud de veces, aunque su exigencia era extrema “porque el trabajo hay que hacerlo bien siempre” aunque muchos días era llegar a entrenar con traje y corbata porque iba de la oficina a Los Guindos, aunque no me permitiera bajar un segundo la guardia, porque sabía que mi esfuerzo tenía el agradecimiento para siempre de alguien que me parecía tan grande. Y fue así hasta el día que nos dejó. Vale que ahí arriba tiene muchos y buenos amigos, pero aquí hacía mucha falta que estuviera.
La trascendencia de José María era tal que mi hijo Carlos aprendió antes los números del 4 al 15 que los demás, por identificar a los jugadores del equipo. Mi hijo Jorge -zurdo cerrado-, sabía que su mano “mala” era la derecha, porque José María le preguntaba si ya dominaba el bote con ella, o no poder olvidar el chute de felicidad y autoestima el día que me presentó a Manolo Jato diciéndole que yo era su “hermano en el baloncesto”.
Verán, el título de esta columna es válido para este año 2022 que se ha permitido el lujo de robarnos a Alfonso Queipo de Llano, Javier Imbroda, Manolo Jato y José María entre otros, pero también es válido para el Club Baloncesto Málaga, porque seguro que cualquier persona se puede preguntar si José María era tan grande, por qué dejó de pertenecer al Unicaja en 1998.
En aquel momento, los que decidían en el club como si fuera suyo se sintieron tan fuertes como para ningunearlo y terminaron expulsándolo de allí. Recuerdo aquellos momentos tan amargos que vivió y cómo algunos aplaudieron en privado un escrito al que el bueno de Paco Rengel dio luz en el Diario Sur por aquella época (y que significó también mi salida del club). Él tenía muchos conocimientos que transmitir aún, mucho esfuerzo que ofrecer y una sapiencia que se dilapidó de forma incomprensible.
Y no me vale eso de carácter difícil y otras tonterías. Yo, a las personas que vienen de frente los quiero siempre conmigo. Confieso que temí en su día distanciarme de él por no estar juntos en el día a día, pero fue todo lo contrario, siempre estuvo ahí, conmigo y con los míos, y ya que con la presidencia de Antonio Jesús López Nieto se han cambiado varias cosas en el Unicaja, aunque siga habiendo algunas muy criticables, espero que José María tenga el reconocimiento público que se merece desde hace tanto tiempo.
A pesar de que el club llegue tarde, tiene que intentar arreglar algo. Paco Moreno falleció y no tuvo ni un mísero minuto de silencio, bien que intentaron arreglarse algunas cosas en su día con los merecidos homenajes a Alfonso y Javier, pero ahora que José María ya no está, es el momento en que den el paso al frente y que las instalaciones de Los Guindos pasen a llamarse José María Martín Urbano, idea que lanzó en su día el amigo Josemi Moreno.
En su día, al fallecer Alfonso, se dijo que el Pabellón de Ciudad Jardín iba a cambiar su nombre, cosa que aún no se ha visto, pero eso depende de las instituciones públicas. En el caso de Los Guindos es sólo y exclusivamente responsabilidad del club, por lo tanto, es una oportunidad única de intentar rectificar mínimamente los errores anteriores, porque alguien implicado desde su inicio al club, y que en la práctica dio todo su esfuerzo por el mismo es lo mínimo que merece, y como decimos en Málaga: para mañana es tarde.
Mi amigo Antonio Salazar me dice siempre que los homenajes, en vida, el resto son lavaderos de conciencia. Ya que la oportunidad de hacerlo con José María disfrutando de su momento precioso como decía Bunbury, pasó, qué menos que hacerlo ya con la mejor de sus obras. Estamos a la espera.