Echando la vista atrás de la manera más inmediata, este pasado martes literalmente pedía por favor que el equipo del Unicaja diera una mínima muestra de orgullo para merecer vestir esa camiseta, esta pasada semana, el plantel que ahora dirige Ibon Navarro ha caído frente a BAXI Manresa y Lenovo Tenerife, venciendo en el Palau Blaugrana al FC Barcelona.
Clasificatoriamente no hay mucho que decir, el equipo sigue en el anodino undécimo lugar y con la derrota del martes, la primera participación del equipo en la Champions League se ha cerrado muy lejos del objetivo marcado inicialmente.
Está claro que en ninguna competición se ganan los partidos con la camiseta, pero cuando se intentó explicar por parte de la directiva del club el cambio de la Eurocup a la FIBA BCL, el presidente hablaba de la conveniencia de la competición nueva, la mala salud, rozando la defunción de la segunda competición de la Euroliga (repasen los playoffs que hay a un solo partido) y del buen historial de los rivales que iba a encontrarse el Unicaja durante la temporada.
La realidad es que los malagueños han jugado trece partidos, ganando sólo seis, las víctimas han sido Nizhny Novgorod (séptimo clasificado en la VTB rusa), dos veces, Lavrio Megabolt (undécimo en la ESAKE A1 griega), JDA Dijon (séptimo en la ProA francesa), Filou Ostende (tercero en la BNXT belga) y el U-BT Cluj Napoca (líder en la Liga Nationala rumana), por el contrario fue incapaz de ganar al Prometey Zaporiyia (líder al cierre de la Superliga ucraniana) y por dos veces al conocido BAXI Manresa.
La conclusión que saco de todo esto, es que no sólo no ha enganchado al aficionado, no ha aportado nada, ni a la historia, ni al estatus del club y sólo ha servido para constatar que el equipo sólo sirve para intentar no quedar muy mal frente a equipos manifiestamente peores, porque hasta la victoria en Barcelona, sólo se había sido capaz de vencer a un equipo que estuviera por encima en la tabla, fue en la cuarta jornada en Murcia.
En la jornada de recuperación del Jueves Santo, el Unicaja hizo un muy buen partido en casa del líder, consiguiendo una victoria que de manera efímera hizo abrigar esperanzas en la mejora del equipo, viviéndose el enésimo y definitivo punto de inflexión, algo que había que corroborar de manera inmediata el Domingo de Resurrección ante el Lenovo Tenerife, pero que desde el club se hizo oficial -prematuramente en mi opinión- al publicar en los medios oficiales una fotografía en el vestuario del feudo azulgrana tal que aquellas que se veían en las grandes ocasiones, como tras conquistar la Liga ACB en el Fernando Buesa Arena, o tras el triple de Pepe Sánchez que dio el pase a la Final a Cuatro de Atenas, o tras usurpar el título de la Eurocup al Valencia Básket.
Esa foto, toda ella felicidad hubiera sido un tributo a la euforia totalmente lógica si hubiera visto la luz en las redes sociales de cualquier jugador o de un miembro del equipo técnico, pero hacer de esa imagen una bandera reivindicativa a nivel institucional me parece digno de equipo pequeño, aparte de una temeridad como quedó constatado al siguiente partido.
Quizá pueda doler que llevamos ya un tiempo asumiendo que este Unicaja es más un club pequeño que el que recordábamos, por lo menos a nivel resultados, pero nos aferrábamos a que desde dentro se trabajase para volver a esa situación de privilegio que un su día se vivió, pero la realidad es otra radicalmente opuesta.
La misma plantilla que sacaba pecho por ganar un partido y que no apareció en el inicio del partido del Nou Congost unos días antes, pisoteó el poco nombre que les quedaba el domingo delante de la cada vez más escasa afición que le va quedando, siendo un alma en pena y arrastrando su nombre por un feudo que anteriormente procuraba un plus de fortaleza, pero que tuvo un silencio sepulcral hasta que acabó el partido o la humillación que procuró el rival.
En serio, no sé hasta dónde narices se va a desplomar este club, con el mayor seísmo vivido en la historia de la institución que lo respalda (sea Unicaja Banco o Fundación Unicaja), parece que la autodestrucción en la que se haya inmerso el Club Baloncesto Málaga quiere imitar a Ben Sanderson, el personaje que interpreta Nicolas Cage en “Living Las Vegas”, que va a la ciudad del pecado a suicidarse tras un cúmulo de desgracias personales. Todo esto lo digo tras haber visto años muy aciagos, lejos de la élite y en los que no había objetivos especialmente claros, pero que al menos generaban un mínimo de ilusión, no lo de ahora, que hasta escribir esta columna se ha convertido en un trago amargo últimamente, pero si alguno cree que estoy siendo especialmente duro, no sé qué opinarán que el entrenador calificara a su equipo como “cinco maniquíes que miraban en la cancha al contrario”, y no ha sido el único momento cercano, porque a día de hoy, este equipo sólo se caracteriza por coleccionar fracasos, ojalá viéramos el cambio pronto.