Desde que todo aquello de «una gripe en China», o «son muy raros, aquí no se comen murciélagos» hiciera que nuestro «western style of life» se precipitara por el desagüe, no niego que esperaba que la vuelta del baloncesto de primera línea a las canchas llegara, y la ACB se pone en marcha como remate de la temporada 2019/2020.
Tengo muy claro que aunque se vaya a ver una versión ampliada del torneo de cualquier Copa del Rey con cuatro equipos más, está garantizada la competitividad de todos ellos, y aunque esté el título nacional más importante en juego, el sucedáneo que vamos a ver a través de televisión en Valencia lo vamos a pillar con muchísimas ganas, especialmente todos los frikis de nuestro deporte. Pero no se va a parecer a nada que quisiéramos, siquiera a algo que hubiéramos imaginado.
Comparaciones con las ligas de verano de la NBA, propuestas de poner público «virtual» en las imágenes televisivas, requerimientos para que las aficiones lancen sus proclamas de apoyo a sus equipos… La maquinaria organizativa de la patronal ya funciona, no esperamos sorpresas como la del espontáneo de Son Moix el pasado sábado, y creo que todo irá perfectamente sin incidencias no esperadas.
Lo que me ocurre es que no sé si esto es a lo máximo que se puede aspirar, es lo que nos espera en un futuro inmediato y si todo lo que podemos hacer es contentarnos con espectáculos desprovistos del contacto con el público, castigados sin la habitual electricidad que había entre grada y cancha, sin más pasión que la que puedan poner los contendientes entre ellos.
La clave está ahí, ¿se puede jugar a esto sin pasión? Creo que el baloncesto es tan grande que es capaz de reinventarse, y tras soportar a unos dirigentes que parecen tener sólo su crecimiento personal en el programa real que desarrollan, no en el que venden, crece. Pese a todos los inconvenientes que se encuentra, mejora día tras día y se hace más grande, para tenernos más enganchados. Lo de ahora es una vuelta de tuerca más, una prueba de fidelidad mayor aún que las que se habían desarrollado, pero está ahí y hay que afrontarla.
No sólo la novedad está en la ausencia de público, no recuerdo un torneo en el que todos tuvieran algo que ganar y nada que perder. Con una competición que a priori deja a Real Madrid y FC Barcelona como presuntos propietarios de dos de los cuatro puestos de semifinales, y que en cierto modo obliga a los otros diez conjuntos a estar en la pelea de obtener los otros dos que les pondrían a sólo dos partidos de la gloria. Una gloria que a los vencedores les supondrá tocar el cielo, porque un título de liga es un título, pero, incluso más allá del desdén de los que no lo consigan por lo inhabitual de sus circunstancias, más allá de no tener otra recompensa que el trofeo (no hay que recordar la falta de repercusión que tiene el mismo para la temporada 2020/2021 en Europa), el que gane tendrá un asterisco al lado de su nombre, al igual que el año del lockout NBA. No significa que le haga perder mérito a conseguir el triunfo, pero nunca será visto de la misma manera que cualquier otra temporada.
Con todo esto anteriormente relatado, lo cierto es que nos hace mucha falta ver baloncesto en directo. No sé cómo haremos la digestión de esta nueva modalidad de espectáculo, ni que repercusión tendrá, si seguirá formando parte de nuestra vida con la misma incidencia que hasta ahora, o simplemente, al día siguiente de los partidos, lo mismo alguien pregunta si vimos el encuentro de la noche pasada y obtiene un «no, me pilló en otras cosas», como lacónica respuesta.
Muchas dudas, mucha incertidumbre y el pensamiento que me dice que tendría que haberse cancelado la competición en mayo a más tardar y reflexionar y preparar concienzudamente la temporada próxima, con tiempo y sobre todo, con el tino suficiente para no ver los follones que se ven en el horizonte. Ya sea con el etiqueta de Euroliga, ACB con ascensos y sin descensos o adivinar la fórmula de cómo compensar haber pagado un abono con menos partidos disputados de los que se contrataron y ver de qué manera se articula el pagar un abono para una temporada cuando por imperativo legal no se van a poder ver todos los partidos que dispute tu equipo en casa. ¿Poca tarea? No sé, ahora mismo, lo único que toca es pensar que un título de Liga ACB está ahí de oferta. Y que para adornar una hoja de servicios viene de lujo.