En ciertos momentos, no quería darle mayor importancia al hecho que Alberto Díaz cumpliera 100 partidos en la ACB. Sobre todo, porque entendía que la carrera que quiero ver en el jugador malagueño, estos primeros 100 partidos se queden en una mera anécdota y que deje de ser el canterano del equipo para terminar convirtiéndose en santo y seña de este club. No he incluido aquí lo de ser estandarte de la cantera, espejo donde mirarse para los chicos de las categorías inferiores y todo eso… porque ya lo es. Quizá no estuviera en su agenda estar bajo los focos a estas alturas de su incipiente carrera, pero entre la situación a pie de cancha que lleva viviendo estas dos últimas temporadas en primera persona, y la situación del club con respecto a los equipos que han de surtir de jugadores a la primera plantilla, Alberto Díaz es tan importante como la sal en la comida. Lo que no entiendo es por qué no se presume más de su presencia en el primer equipo al igual que de la llegada del Viny Okouo.
En este Unicaja, con actuaciones brillantes y otras no tanto, que está en construcción aún, como se encarga de recordárnoslo el entrenador Joan Plaza, el rol y la valía de Alberto es capital, al igual que en el plantel del año pasado. Y sin meterme en si llegará a ser como Sergio Llull en el Real Madrid, lo cierto es que entre el rendimiento de sus compañeros y las circunstancias que rodean al equipo, el peso específico del pelirrojo es bienvenido, pero hasta cierto punto inesperado. La buena noticia del rendimiento de Alberto Díaz es una aparición que tendría que servir de reivindicación para la cantera del club. Mucho más para la nacional. Y, diría más, para la local; la cual ha colocado una y otra «estrellita» de categorías inferiores al lado del base malagueño, siendo al final el de casa no sólo el que llegaba, sino que lo hacía para quedarse.
Con respecto al tema cantera es fácil caer en comentarios demagógicos, hacer que el mito de Pigmalión aparezca con mucha facilidad y se tienda a ensalzar al superhéroe de barrio sin pensar que el rendimiento hay que verlo, de entrada, sin el paraguas de la edad. Y después, en el entorno de la competición profesional, lugar en el que aparte de todo lo que se te ocurra, hay que tener suerte para poder aprovechar cada oportunidad.
Aquí se han vivido épocas de depender de la cantera como tabla de salvación para situaciones comprometidas y para hacer grande al club. Más adelante, el grado de autocomplacencia ha sido tal que nos ha parecido un éxito que los equipos inferiores se clasificaran para el campeonato de España (van 32 equipos). Ahora, cuando el club ha dado otro golpe de timón, con la bajada del equipo filial hasta la cuarta categoría y la renuncia a fichar jugadores extranjeros en categorías inferiores, y sin pensar en que sea por obligación (razones económicas) o por fe en el producto nacional (razones deportivas), que Alberto sea tan importante y llegue a los 100 partidos creo que es un factor que habría que explotar al estilo que se estiró la aparición de los «Júniors de Oro» el verano de 1999.
Pensar en los éxitos de la cantera en el baloncesto profesional quizá pueda ser ponérselo difícil al bueno de Alberto, pese a que su hoja de servicios en las selecciones inferiores es más que destacable. Pero el base ha tenido una «mili» que no ha sido idílica, con una maduración en el Clínicas Rincón en LEB –al que echo de menos cada fin de semana–, el paso tanto por Fuenlabrada como por Bilbao en circunstancias complicadas y una experiencia con Jasmin Repesa que hubiera deprimido al más motivado de los competidores. Con lo negativo que significa, pensar que al tener contrato en vigor y tras el cambio de rumbo en la dirigencia del club hizo que permaneciera, en lugar de ser indemnizado y buscarse un equipo lejos de Málaga para continuar con su carrera.
He visto jugar a Alberto Díaz en las canchas de Los Guindos desde que era minibásket, y ya entonces cumplía ese axioma de hacer mejor a sus compañeros. No sé si tendrá la suerte necesaria para mantenerse todo el tiempo y ser histórico, pero es un tipo merecedor de que le vaya la cosa bien, porque además, aunque él no lo haya pedido, es culpable directo de la identificación que muchos niños personalizan, materializando el objetivo común de todos aquellos que se dejan el alma en cada entrenamiento en las canchas de nuestra ciudad. Sentir el peso de la responsabilidad puede jugar en contra de cualquiera, pero este chico es tan fiable que aún en un día gris, no recuerdo que me haya decepcionado. Y esto no viene como fruto de perdonárselo todo a los de la casa, como si fuéramos la familia Corleone o Soprano, simplemente lo que muestra con su trabajo lo mantiene ahí. La competición es menos benévola y más despiadada, pero él ya ha dejado lo de ser una esperanza para ir camino de esa denominación de valor seguro; y es una suerte, porque aparte de lo que muestra en la cancha, se lo merece.