Dudo mucho que Paco Rengel escuchara en su momento Rock & Roll Star de Loquillo y Trogloditas. La primera frase de la canción de Sabino Méndez, que da título a esta columna, es la que a buen seguro tendría que haberme dicho Paco el día que lo conocí.
Está claro que si te gustaba el baloncesto y eras de Málaga, tenías que saber de la figura de Paco Rengel. Él dejó sus crónicas, sus opiniones y sus pareceres en los medios informativos durante muchos años. Era una época distinta. Ahora todo el mundo ha hecho algo por el baloncesto en Málaga, o al menos cree que ha estado en algún sitio importante de nuestro deporte. Pero cuando aquí todavía no éramos casi nada, Paco ayudó y aportó mucho más que algunos que se permitieron ningunearle en su momento, sobre todo cuando asomándose a ese abismo llamado fútbol, fue como sólo sabía ir: de frente y con su verdad por delante. Y naturalmente cayó por un precipicio que se suponía definitivo, pero que él mismo se encargó de remontar para volver a estar otra vez arriba.
En nuestra niñez, todos vamos teniendo sueños que nunca van a cumplirse, aquellos que nos hacen mantener ilusiones que lejos de deprimirnos por no hacerse reales, nos mantienen a flote al servirnos como vía de escape de la cruda realidad de la vida. Pues bien, para mí –una vez dejé aparte eso de querer ganar la Copa de Europa con el Unicaja o el Málaga–, aunque no pudiera dedicarme al periodismo como primera ocupación (cosa que a día de hoy es casi una entelequia para casi toda la profesión), me encontré que Paco Rengel, el más grande, no sólo recurría a mí para echarle una mano de vez en cuando, sino que también requería alguna colaboración y me dejaba escribir en su periódico.
Aunque de niño cuando volvía con mi padre desde La Rosaleda hacía la crónica del partido en casa, yo me asomé a esto de los medios cuando era ayudante de José María Martín Urbano. Un informe sobre el Bayer Leverkusen que me pidió José María para una de sus retransmisiones cayó en las manos de Paco y sirvió para que se dirigiera a mí. Lo mejor de todo esto no fue verme compartiendo vivencias con gente que yo envidiaba porque se dedicaban al periodismo deportivo, conociendo a gente como Martín Tello o Ramón Trecet, sino que me hacían sentir uno más, obteniendo además todo el respeto, cariño y la amistad del que era más importante en la información deportiva.
Cuando Paco Rengel pasó por el trance más triste de su vida profesional y se convirtió en un proscrito dentro de su propia empresa, vivió la experiencia de tener que ver cuáles eran los que de verdad estaban a su lado, porque muchos de los que parecían sus amigos le dieron la espalda. Pero se rehízo como no podía ser de otra manera, porque su forma de ser, ésa que sólo le permitía ir hacia adelante, con su verdad, pero siempre de frente, fue lo que le condenó muchas veces por defender sus ideales, pero también lo que le volvió a levantar otra vez, situándolo todo lo arriba que tenía que estar.
El que Paco llegara a la tertulia de la Cadena Cope, con la que colaboro desde hace mucho tiempo, sirvió para que nos viéramos con más regularidad. Porque aparte de esas escapadas que podíamos hacer para ver tal o cual partido y por las que compartíamos horas de viaje, el café tras estar en antena y el trayecto en coche hasta su casa hacía casi más enriquecedora la conversación post-tertulia que la que teníamos ante el micro. El pasado 3 de enero, tras la que fue su penúltima aparición en la emisora en la que junto con amigos como Alfonso Queipo de Llano o Emilio Guerrero disfrutábamos de nuestro baloncesto, Paco tuvo una conversación conmigo en la que me expresó su felicidad y su conformidad con lo que le había dado la vida, incluyendo el final que él mismo sabía que tendría más pronto que tarde.
Me resulta muy duro releer su escrito que él mismo nombró como «¿Eres feliz?», que está colgado en las redes sociales y que te deja sin palabras y sin saliva que tragar, pero sobre todo te deja sin argumentos para quejarte y no luchar ante todo lo que la vida te ponga por delante.
Paco no se ha ido en plena Copa del Rey de Vitoria. Se ha ido a ver los carnavales porque las cosas importantes hay que priorizarlas. Pero nos ha dejado aquí, a mí por lo menos, con un montón de cafés pendientes y con todas las conversaciones que tenía que tener con él que se han ido al limbo. Al menos tengo claro que allá donde va, tendrá a otro Bonilla, a Juan Antonio, a mi padre, que compartirá con él su pasión por el baloncesto y los carnavales, cosa que conmigo ninguno podía hacer. Paco seguro que no oía a Loquillo y Trogloditas, pero yo sí que tuve suerte de llegarlo a conocer.
Podría escribir dos o tres páginas sobre lo que me resultaba Paco en esa faceta capital de mi vida que es el baloncesto y lo que era su amistad, pero ni le haría justicia ni tengo que aportar cosas que seguro que otros ya hicieron. Por eso os animo a que leáis hoy el poema «Invictus» de William Ernest Henley que se hizo famoso porque Morgan Freeman lo recita en la película del mismo nombre y es el poema que Nelson Mandela recitaba en sus años de encierro. La traducción española del latín invictus es «invencible»… lo que él fue y es.
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