Ya he contado en este espacio la rutina que tengo para escribir: me suelo poner el mismo día, a horas parecidas, con la ventaja de saber el resultado de los partidos del Unicaja y del resto de la Liga Endesa, con las impresiones que la semana entre comentario anterior y actual me ha dejado en la cabeza.
Esta semana, con la continuación de la racha de derrotas y las visitas a Moscú y Badalona, el horizonte no se presentaba muy halagüeño, sobre todo porque la visita a Rusia, con las ausencias de Panko y Perovic transmitían el mensaje que, ante las dificultades de la competición europea, se elegía –tal vez porque se veía mas accesible, o por la merma física de ambos- el partido ante el Joventut. Pensando en esa hipotética remontada más o menos definitiva que todos esperamos de una vez.
El baloncesto tiene cosas tan bonitas que provocan la situación que hemos vivido este fin de semana, con la victoria ante CSKA en Euroliga. El partido glorioso de Moscú significó poder ver la tarde del viernes el mejor encuentro del equipo de Jasmin Repesa en lo que llevamos de temporada. Dos días después, con el chute de autoestima y de convencimiento en el trabajo que se realiza, llega la realidad en forma de bofetada en Badalona.
Me gustaría pensar que la vuelta a la triste realidad se arregle rápido y que en el fin de semana que traerá las visitas del Efes y Lagun Aro al Carpena se dará la vuelta, pero de momento es muy difícil creerlo. Quizá es que tengo muy cerca en la memoria el partido ante el Joventut, o que son muchos más los momentos amargos que los dulces últimamente.
Es complicado creer en este grupo porque ellos mismos no lo ponen fácil. Recuerdo un amigo, fiel seguidor del Sevilla FC, que decía que su equipo era el mejor del mundo porque ganó en la final de la Supercopa de Europa al FC Barcelona en 2006. Lo normal es tachar de triunfalista a todo el mundo tras la victoria en Moscú, en parte era hasta comprensible: la masa social, el entorno, todos los que estamos alrededor del club… tenemos tantas ganas de que las cosas salgan bien, que deseamos ver algo que destierre de la memoria los últimos años llenos de sinsabores, en los que los aficionados que aún seguimos acudiendo a los partidos (cada vez menos, por desgracia) no tenemos la culpa.
Igual que el encuentro de Euroliga fue una alegría inmensa, el del domingo trajo nuevamente los fantasmas habituales. El equipo se deshizo en un final de segundo cuarto infame y se dejó de ir, cosa que le costó el encuentro. Este comentario podría ser una simple advertencia para futuras ocasiones si no fuera porque el recipiente de la paciencia está colmado desde hace ya tiempo. ¿Soluciones? Imprescindibles para la supervivencia, además con la celeridad necesaria para que surtan efecto con la mayor rapidez posible para poder salvar la temporada.
Pensemos en una Euroliga que estaba prácticamente abandonada el jueves (sin dos jugadores «tocados» en Moscú) y reactivada el viernes. Todo está muy bien, pero no con la configuración actual. Ahora mismo, son tales las dudas, que la piedra angular del proyecto, en la figura de un entrenador con prestigio europeo y reputación consolidada como Repesa, es la diana principal de una hipotética destitución. Sobre todo porque siempre ha resultado más fácil cambiar una pieza que 12, porque casi todos los jugadores son cuestionables.
El deporte profesional conlleva estas situaciones, en la que un club con unos cimientos más que sólidos y con un propietario que es la envidia del resto lleva sin acertar en el proyecto elegido demasiadas temporadas, teniendo que renunciar casi siempre de forma prematura a la idea que en teoría lo iba a hacer crecer. Y es que las elecciones tienen estas casualidades, que las mejores intenciones con los elegidos no te garantizan el éxito, ya que a veces, quien falla también es el elector, sobre todo cuando no es mayoría.