Mi relación con Toa fue una de esas que a la larga tienes que pararte a analizar, sobre todo porque yo no era de aquellos incondicionales de su grupo, de esos que forjas en la juventud más visceral y canalla, con él llevarse bien resultaba fácil, siempre correcto y educado, tirabas del lógico vínculo de pertenecer ambos al mismo club y para llevar una relación cordial, bastaba.
Fue lejos del cobijo del manto del Club Baloncesto Málaga, fuera de la fresca sombra protectora del abanico del Unicaja cuando realmente encontré al Toa que quizá no había buscado nunca pero siempre estuvo ahí, lo cual fue toda una suerte.
Poco después de fallecer mi padre por la misma enfermedad de él, me enteré que Toa sufría cáncer, cuando junté el valor suficiente para poder hablar, intentando ser capaz de decirle lo importante del ánimo en estas situaciones o el ejemplo que supuso mi padre en los duros momentos, me encontré con un tipo que se alegró sinceramente de poder hablar conmigo de igual a igual, que atacó sin problema alguno hablar de su dolencia –aunque los dos preferíamos hablar de baloncesto, confesaba- y que hubiera sido de gran ayuda en los momentos de dolor.
Con un respeto mutuo enorme, intuíamos que la lucha iba a ser duradera e intensa, lejos de dejarse ir a causa o por culpa de la enfermedad, ésta le sirvió para seguir creciendo en las decisiones cruciales de su vida, salir de su club, donde podía haber tenido la existencia cómoda y casi hogareña que puede llegarse a disfrutar estando en la cantera del Unicaja, fue una apuesta tan arriesgada como enriquecedora. Me confesaba lo imprescindible que debería ser que el ”Phil Jackson” de turno pasara cierto aprendizaje fuera del entorno de Los Guindos, tal vez no en las circunstancias tan duras que vivió él lejos de Málaga, pero no estaría de más que la necesidad y la falta de los medios más elementales adiestraran en la humildad a algunos que parecían haber inventado nuestro deporte.
Los tres años que estuvo en Jerez fueron tres años de levantar un proyecto de la nada y sin nada, de promesas incumplidas, de salir de casa para cobrar tres meses en toda una temporada, de exigir ser profesionales a gente que deja su casa y su familia para trabajar a cientos de kilómetros a cambio de mentiras, o para colofón de tres proyectos siempre ganadores (con acenso a LEB Plata incluido), tener que jugar las eliminatorias para el ascenso durmiendo la siesta en el pabellón del equipo contrario, merendando en casa de su hermana Amandi cerca de la cancha del Canoe, o desplazándose en los coches de un colaborador de última hora, todo esto junto con el cáncer.
En estas ocasiones se suele decir que nos ha faltado una última conversación, o haber tenido un ratito más de charla, de todas formas, ahora que has dejado un vacío imposible de llenar, me gustaría ser consecuente con el ejemplo que has sido cuando más complicado resultaba, cuando más te azotaba la enfermedad o las consecuencias de la quimioterapia, tú decías lo mismo: “el Baloncesto me da la vida, necesito entrenar y por eso vivo”, y lo decía un tipo que ha sido el espejo donde mirarse en cuanto a la actitud y la forma de afrontar los reveses de su vida, la cual resultó menos fácil de lo que muchos pensaron, pero que todos tendríamos que recordar como la piedra angular del ejemplo de vivir el baloncesto, o sea, de vivir la vida.