Stefan von Reiswitz, fallecido esta semana, siguió el consejo que le dio Ortega y Gasset y se fue a vivir a España. En Málaga vivió y creó durante más de seis décadas.
Aparcaremos hoy -jornada de reflexión- la ciudad con sus problemas y sus logros para dejar espacio a un bávaro de 1,93 de estatura que siguió el consejo de José Ortega y Gasset -amigo de su madre- y aterrizó en España a los 19 años para convertirse en malagueño de adopción durante más de seis décadas.
Nuestro gran filósofo, por cierto, le animó a viajar a España porque, argumentó, «allí están todos locos y tú también lo estás, y además, como extranjero no te van a complicar la vida».
Stefan von Reiswitz, que así se llamaba este muniqués con alma de adolescente, fallecido el pasado 18 de mayo en su ciudad natal.
Antes de arribar a España, deambuló por Francia, donde sufrió los inconvenientes de ser un mozuelo alemán en el París de 1950, pese a que los nazis habían desmantelado la fábrica de su familia. Así que harto de presentarse en comisaría todas las semanas, pasó a España, un país que, confesaba en 2006 al firmante durante una entrevista, «era para mí completamente desconocido, como ir al Congo».
Y sin embargo, Stefan conectó al momento con los jóvenes artistas malagueños, los que tenían como modelo a su paisano Pablo Ruiz Picasso y, de forma consecuente con la cronología, consideraban de otro siglo la pintura tradicional del XIX.
En realidad, primero se instaló durante dos años en Marbella y en 1957 recaló en Pedregalejo, en el Callejón de los Cinco Minutos, llamado así porque, explicaba, allí vivía un vecino tostón que te reclamaba para hablar cinco minutos y te secuestraba durante largos cuartos de hora.
En los 80 se mudó al Monte Miramar, allí convirtió su casa en una tierra fantástica, poblada desus esculturas mitológicas, fusión perfecta entre el surrealismo, la arqueología y, muchas veces, el humor.
Porque Stefan von Reiswitz (su apellido proviene de la nobleza polaca del siglo XII) había ido aparcando la pintura para volcarse de lleno en la escultura, con la innegable influencia de su padre, catedrático de Historia y arqueólogo.
Sus obras demuestran la fascinación del autor por el pasado, de ahí que muchas de sus piezas -da igual el tamaño- parezcan recién extraídas de un yacimiento ibero, fenicio, púnico, romano… pero con la saludable influencia de los Hermanos Marx.
Y aquí entra en solfa el anterior gerente del Parque del Oeste, Miguel Otamendi, que entendió desde el principio el potencial que podía alcanzar esta gran zona verde de Málaga con la insólita obra escultórica de Stefan.
Con el paso de los años, en el Parque del Oeste se fue fraguando una inmensa exposición al aire libre de este malagueño de adopción. Una verdadera exhibición de escultura pública original y rompedora que se ha convertido -pese a que nuestros cargos públicos a veces lo olviden- en un temprano elemento de la renovación cultural de Málaga. Gracias, Stefan. Descansa en paz.