Muchos caemos ahora en la cuenta de que seis meses al año la Alameda será un lugar soleado en exceso, por no haberse peatonalizado el agradable tramo central de ficus centenarios y recuperar así el paseo del XIX.
En la Málaga con la que se toparon los cristianos tras la conquista ya existía delante de las, entonces, dos Puertas del Mar, una zona conocida como El Arenal o La Ribera, creada por los aportes del vecino Guadalmedina.
El Arenal o La Ribera fue creciendo hasta que la antigua Aduana marítima, también vecina de esta playa, se quedó compuesta y sin novio, por lo alejado de su emplazamiento.
En algunos preciosos planos del último tercio del XVIII podemos ver cómo este gran espacio entre el Castillo de San Lorenzo y el pequeño Castillo de los Genoveses empieza a poblarse de casetas relacionadas con el comercio de la pesca, al tiempo que conviven las barcas, el trasiego de las mercancías y los primeros álamos de la Alameda. Esto era en 1776; en 1785 ya aparece la clásica doble hilera de árboles y a partir de ahí empieza a forjarse el clásico paseo arbolado y peatonal tan del gusto de la Europa de su tiempo.
La Alameda fue el salón principal de paseo en Málaga, antes del nacimiento del Parque y de la calle Larios, por eso hacia la década de 1870 se plantaron muchos de los ficus que todavía subsisten.
En la semipeatonalización de la Alameda se ha tenido en cuenta la opinión de los vecinos, la de los técnicos de Urbanismo y la de los de Movilidad. Y a pesar de todas esas precauciones, da la impresión de que se ha hecho al revés, como ya notó en este diario hace unos días el arquitecto Luis Ruiz Padrón.
Muchos nos damos cuenta ahora, en esta Málaga que disfruta de seis meses de solano. Los peatones que transitan por el nuevo lateral sur de la Alameda buscan por la mañana la sombra de los edificios porque el sol pega con fuerza y no apetece exponerse mucho al Lorenzo.
Será complicado disfrutar de este nuevo espacio peatonal con el sol apuntándote al cogote o a la frente. Y por las tardes, mejor pasear por el lateral norte, el de la Casa de Guardia, porque ya no hay resguardo que valga en la parte sur.
Los que sí corren frescos, sin necesidad de aire acondicionado, son los envidiables coches, arropados por la sombra generosa de la doble hilera de ficus seculares. El Consistorio optó finalmente por peatonalizar los laterales, porque el paseo central quedaba aislado y no conducía a ninguna parte. Tampoco el Parque conecta con nada y ahí lo tienen desde finales del XIX, pero el ejemplo no bastó. Tampoco el del Paseo del Prado madrileño.
Mea culpa, un servidor tampoco cayó en lo que el sol estos días nos descubre con toda crudeza: una peatonalización hecha al revés, sazonada con unas farolas que pegan tanto como una velada de reguetón en la Catedral.
Para combatir el solano, nuestro Ayuntamiento ha plantado naranjos y piensa autorizar un máximo de 39 terrazas en la soleada Alameda. Quizás en breve adopten la forma de jaimas de plástico y podamos refugiarnos en ellas. Previa consumición.