Alfonso Canales tradujo hace casi medio siglo la visita a Málaga en 1849 de un reverendo británico que vio bastante más luces que sombras en nuestra ciudad.
Estamos tan acostumbrados a la riada de turistas de la Málaga actual, que nos cuesta imaginar una ciudad en la que el turista (o tourista, el que realizaba un tour) era tan raro como los perros verdes.
Hace casi medio siglo, en 1970, la revista Gibralfaro publicó un suelto, rescatado y traducido del inglés por Alfonso Canales, de la visita que en enero de 1849 realizó a nuestra ciudad un reverendo inglés, Thomas Debary, quien se reponía de una grave enfermedad buscando rincones más cálidos que su tierra natal.
El reverendo anglicano llegó a Málaga, por cierto, un 13 de enero, justo el día en que falleció el cónsul británico William Mark, el creador del Cementerio Inglés.
Lo llamativo es que comparó Málaga con Sevilla para afirmar que si un visitante patea nuestra ciudad, concluirá «que el progreso ha puesto realmente pie en las orillas de España».
Al anglicano le llamó la atención una alta chimenea de ladrillos rojos, como las de su patria; el que se pudiera escuchar hablar inglés y en suma, encontrar «poco de las costumbres de Andalucía».
Se alojó en la, a su juicio, «magnífica» Fonda de la Alameda, donde coincidió con 30 comensales «sin que ninguno fuera español».
Además, asistió al entierro del cónsul Mark en el Cementerio Inglés, un sitio «colgado literalmente sobre el Mediterráneo», y lo hizo acompañado por muchos malagueños.
Málaga le recordó a Madeira por su clima, y como punto flaco, destacó el cauce seco del Guadalmedina, cruzado por «dos o tres puentes primitivos» y al otro lado, «los suburbios».
La Catedral, por cierto, no le gustó, no sabemos si por su marcadas críticas al clero católico: «El interior es pobre y completamente falto de interés».
Además, míster Debary trató de conocer a fondo la asistencia social en Málaga, así que visitó asilos, conoció a las Hermanas de la Caridad, que «se entregan con vocación a su cometido», y que consideró mucho más eficaces que las enfermeras de Londres. Y como curiosidad, conoció a tres ermitaños que, probablemente, por esa época estarían por la Hacienda Cabello: «Había tres de estos ancianos, vestidos con amplias ropas, con luenga barba blanca, y cuyos rostros aparentaban haber estado expuestos a las tormentas y a las tempestades durante un siglo».
En la misma expedición, «media legua más al este», visitó las ruinas del Convento de los Ángeles, «el enclave más pintoresco de Málaga».
Y de nuestro cementerio, que denomina el «cementerio español», el de San Miguel, lo pone de ejemplo frente a los ingleses y concluye que los españoles «están más adelantados» que sus compatriotas en este asunto. «Y hasta hace que la muerte parezca tener un tinte de alegría».
Así fue la visita de este simpar tourista en los tiempos legendarios en que escaseaban.