Como cientos de solares de Málaga, el vecino del Convento de la Aurora luce un aislante térmico que debería emplearse como solución muy temporal por ser inflamable.
Hace unas semanas, el presidente de la asociación de vecinos de La Trinidad, Juan Romero, lamentaba en este diario que en el barrio vegetaran alrededor de 140 solares.
Es falso que la muralla china pueda verse desde la Luna. Si esto fuera posible, bien podría apreciarse el barrio de La Trinidad como un preocupante queso gruyere.
Dejar las partes nobles del Centro Histórico y cruzar el puente de la Aurora para adentrarse en el veterano barrio es como contemplar a la Cenicienta después de la medianoche. Todo el encanto y boato se esfuman para dejar paso a un barrio en el que los vecinos conviven, en algunos casos, con solares con cerca de 40 años de antigüedad.
Tanta veteranía, por cierto, pone en duda la eficacia del registro municipal de solares y edificaciones ruinosas, que si funcionara como un reloj suizo, habría dejado La Trinidad con pocas parcelitas de esas con árboles chinos de rápido crecimiento, transformadas en bloques y equipamientos sin necesidad de magia cenicienta.
En La Trinidad que se asoma al Guadalmedina tenemos una de estas parcelas que está adquiriendo experiencia y veteranía. Se encuentra junto al Convento de la Aurora y la Peña Trinitaria y por las vistas aéreas comprobamos que en 1999, cuando salío el callejero fotográfico de La Opinión, la zona seguía entera, pero ya en 2001 lucía una primera parcela que en 2004 se convirtió en dos. Es decir que comenzó a formarse, como mínimo, hace 18 años y adquirió su aspecto actual, como mínimo, hace 15.
El escritor Marcel Proust nos habla de un pintor obsesionado con un trozo de muro amarillo, iluminado por el sol, en el famoso cuadro Vista de Delft, de Vermeer. Ciertamente, como sentenció Rafael El Gallo al conocer la profesión de Ortega y Gasset, «hay gente pa tó» y en esta categoría habría que incluir a este pintor, que se quedaría patidifuso al contemplar cómo el sol ilumina los paredones ocres de este gran solar malaguita, usado como aparcamiento.
El ocre se lo da el poliuretano proyectado, un producto que se emplea como aislante térmico pero que tiene la pega de ser inflamable.
Un conocido arquitecto, consultado por esta sección, señala que este tipo de materiales pueden emplearse como solución muy temporal, pero a largo plazo suponen un riesgo potencial y es mejor aplicarlo protegido (dentro de muros, en las cámaras o bajo las tejas, por ejemplo).
Y aquí lo tenemos, tostándose a la intemperie, en una ciudad que posiblemente quintuplique las horas de sol de Delft.
Qué quieren que les diga, son tantos años presidiendo el skyline de La Trinidad, que uno hasta ha cogido cariño a este solar-aparcamiento, con su árbol frondoso, sus cables-guirnaldas, los postes viejos y el ocre inflamable de sus muros. Hay cariños que no convienen nada.