En el Centro Histórico abundan las pintadas gigantes, algunas de ellas con sus presuntos autores a la espera de juicio. Hasta que no haya condena no se retirarán de la circulación.
Hace unos días veíamos que en la barriada Ruiz de Alda, en la Carretera de Cádiz, sus paredes, originariamente encaladas, habían dejado de estar garrapateadas de pintadas mastuerzas para dejar paso a murales artísticos hechos por los propios niños del barrio.
Se trata de una iniciativa de la Asociación de Mujeres El Embrujo y de la asociación sin ánimo de lucro Murales Amarás, que ha cambiado de la noche a la mañana el deprimente aspecto del barrio, manchado hasta los túetanos de grafitis de autoafirmación garrula.
Con esta lección de civismo y arte han conseguido desterrar lo que el filósofo Fernando Savater llama la «lepra de colorines», las pintadas salvajes en cualquier superficie, con independencia de que se trate de uan vivienda protegida del siglo XIX, una iglesia o una columna romana. Nada detiene a las almas de cántaro con espray en el cerebro.
Por fortuna, además de estas iniciativas la Policía Local se está esmerando y últimamente está sorprendiendo in fraganti a los principales responsables de que todo esté sucio hasta las trancas en nuestra ciudad.
El problema se presenta cuando las víctimas de las pintadas, los propietarios de las superficies mancilladas, aguardan a que la Justicia condene a los responsables para que costeen la retirada de la lepra. Pueden pasar meses y años y eso es lo que está ocurriendo con pintadas del tamaño de un helicópteros, muchos de cuyos presuntos autores están a la espera de cita con el juez.
Podemos verlo en el muro centenario del Cementerio Inglés, castigado por las malas artes de varios merluzos o en el muro de La Torrecilla, la casa de los Van Dulken, que pronto será todo él un gigantesco grafiti.
Y todo apunta, se encuentran en la misma situación, en el limbo jurídico, los lamentables grafitis que ensucian los laterales de las iglesias de Santiago (calle Santiago en concreto) y de La Concepción (calle Francisco de Rioja), así como la fachada, cada día más sucia y repintada, de la farmacia más antigua de Málaga, la antigua botica de Mamely, a dos pasos de la plaza de la Merced.
Para estos casos tan sangrantes, en lugares tan frecuentados del Centro de Málaga, el Ayuntamiento debería acordar con los propietarios algún sistema para que las fachadas quedaran inmaculadas a la mayor brevedad posible, sin necesidad de que criaran telarañas a la espera de juicio y condena.
Lo más rápido, claro, sería que los servicios municipales se encargaran de retirar la mugre colorista de las paredes y luego pasaran el recibo a los autores de la hazaña. También la Diócesis de Málaga debería mostrar más interés cuando varias de sus iglesias históricas llevan años hechas unos zorros.
En caso contrario tendremos la situación actual: monumentos y edificios históricos degradados a la espera de juez.
y este grafiti es aun mejor que de cartel de la semana santa. si a este hombre solo le gustan los tronos, tiene que escribir solo sobre ell0s