Los naranjos recién plantados en el Santuario de la Victoria acaban con un entorno inhóspito y fallido, una solanera que necesitaba árboles como estos, que dan sombra y no tapan en exceso el monumento.
Alguna vez hemos echado mano en esta sección del panorama bastante negro y sediento que se le presentó a Rodrigo Díaz de Vivar en un momento de su vida, si nos atenemos a la fértil imaginación de Manuel Machado: «El ciego sol, la sed y la fatiga. /Por la terrible estepa castellana, /el destierro, con doce de los suyos/ -polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga».
Ni en un agosto de terral en Málaga y con rebeca pueden condensarse mejor las penurias climáticas y la desdicha. En cuanto al destierro, ya quisiera el Cid un retiro dorado como el del profeta de Waterloo.
El trabajoso deambular de don Rodrigo y los suyos por Castilla viene a cuento porque el Ayuntamiento acaba de librar de penurias parecidas a los miles de visitantes que durante el año se acercan al Santuario de la Victoria.
Como recordarán, la veterana reforma urbanística del entorno del Santuario recibió muchas críticas porque el resultado estaba más cerca de los sobrios alrededores del Monasterio del Escorial que de una ciudad andaluza que soporta temperaturas altas durante buena parte del año.
Recordaba esta inhóspita reforma los primeros tiempos del Parque del Oeste, en la época de Pedro Aparicio, que más que un parque recordaba una solanera.
En el caso de la Victoria, no habrían quedado fuera de lugar el Cid y los suyos deambulando por esta desasosegante entrada.
El frágil equilibrio entre los árboles (o el arbolado, la palabra fetiche de los técnicos) y el Patrimonio Histórico no siempre se mantiene. Una tupida hilera (a veces doble) de ficus impide ver la plaza de toros de La Malagueta y el Palacio de la Tinta y la única manera de admirar estos edificios es acercarse a pie por la misma acera. Plantear mover de sitio unos cuantos ficus, como hizo un servidor en su día al proponerlo para la plaza de toros, mereció la imposición de la medalla de arboricida por algunos lectores. Qué le vamos a hacer.
El extremo contrario era el Santuario de la Victoria, desnudo de arbolitos. Para toparse con sombra había que recogerse en los vecinos jardines de Alfonso XII y poco más.
El Ayuntamiento ha dado un rumbo al asunto con la plantación de naranjos que, para empezar, no restan mucha visión al Santuario de la Patrona porque el monumento se encuentra en alto y en segundo lugar, hasta la fecha -y han pasado cientos de años desde su popularización- ningún naranjo ha alcanzado la altura de las secuoyas de California.
Esta tendencia de proporcionar sombra al respetable debería marcarse a fuego (de forma simbólica) en las cabezas de nuestros candidatos a la Alcaldía de Málaga. Son incontables los parques de la ciudad con pérgolas sin cubrir, desnudas de vegetación. Un gasto absurdo porque no sirven para nada. Hagan como en la Victoria. Más sombra.