El busto del ministro malagueño de Agricultura Carlos Rein, sin nombre, luce un estado de salud muy parecido al de la esfinge de Gizeh.
Con la consabida salvedad de Jordi Hurtado, el paso del tiempo hace mella en edificios y personas, incluso si estas últimas echan mano de la ciencia de la cirugía estética, que con irregulares resultados lucha contra las arrugas y otros accidentes orográficos.
Pese a su robustez, la Catedral terminará por ser, dentro de miles de años, un pulido cerro de piedra, puede que sin todos sus elementos finalizados (la torre es solo el chocolate del loro) si persiste la cerrazón institucional.
Pero hay otros hitos, directamente olvidados casi desde que se plantaron en mitad de la ciudad y que ya sufren un deterioro notorio, porque se encuentran en un incómodo e inaccesible limbo.
Se trata de un elemento del que más de una vez hemos hablado, por su particular estado de conservación. Quién sabe si, además del paso del tiempo y el olvido institucional, no juegan en su contra la poco ostentosa selección de materiales y la impericia de su autor.
El resultado en cualquier caso es una aceleración de la erosión que ríase usted de la esfinge de Gizeh de la que cuentan, tiempo ha tuvo hasta nariz.
Nos referimos al monumento al ministro malagueño de Agricultura Carlos Rein Segura, que se encuentra en la plaza de Sauceda, en el centro de la barriada de Torres de la Serna, construida a mediados de los 40 para los trabajadores de la Tabacalera. No es ninguna casualidad la presencia del busto, pues la barriada -afortunadamente con protección arquitectónica en el PGOU- fue promovida por el Servicio Nacional de Cultivo y Fermentación del Tabaco, que llegó a presidir Carlos Rein.
Este homenaje se convierte en doble en la calle que da a la plaza, el lateral de Tabacalera, porque lleva el nombre de Carlos Rein, que además fue quien hizo posible la construcción del silo del Puerto.
Hijo Predilecto de Málaga y de la Provincia, todos los fastos enmudecen ante su deteriorado monumento, que exhibe una erosión tan grande que ya se nos ha quedado casi sin nariz y parece estar compuesto a trozos, hecho de una piedra que cualquier día se convierte en mero puzle en el suelo.
Completa el conjunto una enorme pintada tribal de arriba abajo del pedestal que lo sustenta. Si llegó a lucirlo, ya no luce letrero alguno que identifique al homenajeado, que ha pasado a ser el malagueño desconocido.
Puede que por alguna pirueta administrativa el monumento ni siquiera pertenezca al Ayuntamiento, vaya usted a saber.
La conclusión es que esta obra, que en su momento suponemos que fue hasta artística, en nuestros días ya está más cerca de ser obra de la Naturaleza, modelada por las rascas de enero, el levante, el poniente y el terral de la Feria.
El resultado final es indescriptible, aunque un servidor, en la medida de sus posibilidades, haya tratado de describirlo…