Entre las importaciones más chungas de Estados Unidos la peor fue sin duda la filoxera. Ojo al olivo de la plaza de la Judería, afectado por una dolencia distinta. Parques y Jardines ya está en ello.
Una reflexión muy repetida de Woody Allen es esa que achaca a los europeos la tendencia a importar lo peor de Estados Unidos, ya sea la comida rápida; los pantalones ‘cagados’ (los que se lucen sin cinturón) o las películas vacías de contenido pero llenas de explosiones.
Pese al caudal de importaciones, el béisbol se nos resiste, quizás porque los partidos pueden durar más que una corrida de toros y suelen ser tan aburridos como bailar la música del telediario.
Pero en ocasiones, la importación norteamericana arriba a nuestras costas sin que nadie la reclame, como ocurrió con la filoxera, un insecto bastante feo y anodino que hizo su agosto en los viñedos del Este de Estados Unidos, pasó a Francia y, casi a la vez, apareció en España a finales de la década de 1870 tanto en Gerona como en Málaga.
En nuestra provincia, por sorpresa en una finca de Moclinejo llamada La Indiana, por la imprudencia de plantar viña americana traída de Burdeos.
La historia la conocen: el bicho dio nombre a la plaga y se merendó los viñedos de Málaga. No hizo mutis por el foro de nuestro país hasta la década de los años 30 del siglo pasado.
La crisis golpeó con menos virulencia a los viñedos de La Rioja, que aprovecharon la plaga para tomar la delantera y en otros sitios, probaron suerte con los vinos por vez primera, como en algunos puntos de Extremadura.
Málaga, en lugar de replantar sus viñedos y volver a comenzar de nuevo, como hizo Escarlata O´Hara, prefirió probar suerte con otros cultivos como las naranjas o almendras y perdió casi toda su producción vinícola.
El Museo del Vino de la plaza de Viñeros recoge el esplendor de una época que se fue al traste por una importación estadounidense de minúsculo tamaño y máximo poder destructivo.
Esta breve historia del bicho que cambió la historia de nuestra ciudad regresa a la cabeza pelona del firmante ante la alarma de algunos funcionarios municipales por el mal estado del olivo que monta guardia en la plaza de la Judería.
Este rincón minimalista exhibe un precioso olivo en el centro, protegido por un alcorque de lujo superior, que incluye unos versos de Juan Ramón Jiménez: («Raíces y alas./ Pero que las alas arraiguen/ y las raíces vuelen»).
La pena es que el olivo está impregnado de una suerte de algodones que no son precisamente de azúcar y así lleva tiempo.
Ayer, esta sección avisó a Parques y Jardines, que envió a un técnico para auscultar el ejemplar y dar su veredicto. Al parecer, el olivo tiene prays, que no es ninguna marca de patatas fritas sino una plaga causada por una polilla que sólo se alimenta de estos árboles traídos a España, siglos ha, por nuestros parientes los fenicios.
Sea o no importación americana de la mala, el director de Parques y Jardines, Javier Gutiérrez del Álamo, ya ha señalado que el olivo será tratado. Respiremos.