Junto al puente de Armiñán y el Colegio del Mapa lleva manando desde hace un mínimo de 20 años un surtidor de aguas malolientes que vierte al Guadalmedina. Hora es de atajarlo.
Aunque según el cansino dicho popular Málaga haya vivido mucho tiempo de espaldas al mar, las aguas de ríos, arroyos y mares no dejan de mirarnos a nosotros, aunque sea de reojo y de higos a brevas hacen su aparición en la ciudad, casi siempre sin llamar.
Alguna vez en esta sección hemos hablado de las aguas perpetuas que, quién sabe desde hace cuántos siglos, surgen de forma espontánea al pie de lo que hoy es el Rectorado de la UMA, el antiguo edificio de Correos y en tiempos indómitos, uno de los primeros puertos naturales de la ciudad.
También al pie de la escalinata que sube a la parte alicatada de la Coracha se forma durante muchos días del año un charco que tiene la pretensión de eternizarse. Es un misterio por qué en estos dos puntos de la ciudad estos charquitos milenarios no se eliminan con una rejilla. Sus razones tendrá el Ayuntamiento.
Pero comparado con lo que hay a pocos metros del Colegio del Mapa, estas dos pequeñas extensiones de agua son, disculpen la reiteración, agua de borrajas.
Para que se hagan una idea, hace unos 20 o 25 años quien fuera comisario de aguas de la extinta Confederación Hidrográfica del Sur, el fallecido ingeniero de Caminos y académico de Ciencias Agustín Escolano, ya alertó de la guarrería que se forma en la confluencia del arroyo de los Ángeles con el río Guadalmedina.
Por entonces, parece que conminó al Ayuntamiento a solucionar el problema pero por lo que se aprecia, nuestro Consistorio optó por contemplar en su lugar, con todo detalle, la luna de Valencia.
La guarrería de la que hablamos es una extensión bastante digna de aguas estancadas que en esta época del año se han vuelto verdosas. Desde el puente de Armiñán puede apreciarse lo que los urbanitas municipales, poetas tecnicistas, denominan una lámina de agua, aunque sea claramente maloliente, digna de compartir espacio con una porqueriza.
Las palomas, por cierto, beben de este albañal en el que casi nunca faltan objetos lanzados por algún primate con estudios y quién sabe si con teléfono de última generación.
Con todas las precauciones posibles, el ingeniero técnico y académico de Ciencias Manuel Olmedo comenta a esta sección que por el mal olor no parece que sea agua de riego; tampoco da la impresión, dice, de que sea agua de lluvia cuando cae tan poca.
La otra posibilidad, señala, es que este veterano embalse putrefacto pueda deberse a algún salidero de aguas residuales procedente de algún punto del soterrado arroyo de los Ángeles.
Resulta un enigma que este misterio con un mínimo de dos décadas de vida no haya sido solucionado por el Ayuntamiento. Ahora que el edificio consistorial va a cumplir un siglo, la mejor manera de celebrar el aniversario sería demostrando perspicacia y eficacia.
Vergonzoso, así está Malaga, sucia y maloliente.