La escultura al cardenal Herrera Oria luce durante muchos periodos del año churretones infectos al convertirse en blanco de todas las palomas.
El oficio de periodista, si bien te obliga a frecuentar algunas plúmbeas ruedas de prensa que un organismo sano no puede soportar, también permite conocer a gente fascinante que se aparte del perfil robotizado de tanto cargo público de nuestros días.
Uno de esos personajes fascinantes, porque todo él fue un derroche de amabilidad y humildad, lo conoció el autor de estas líneas hará unos quince años en Fuengirola.
Se trataba de José María Palma Burgos, uno de los hijos del famoso Francisco Palma García y escultor como él y su hermano. Lejos de lucir un ego marmóreo como el de Cristiano o Mourinho, don José María, que accedió a repasar su vida artística con La Opinión, exhibió una sencillez y una simpatía arrolladoras.
Fue José María Palma Burgos quien en su taller de Madrid realizó hace casi medio siglo, en 1970, la escultura al cardenal Ángel Herrera Oria. Tardó unos seis meses en concluirla, contaba. La obra es un ejemplo magnífico de cómo plasmar el recogimiento y la fuerza interior de un personaje, en este caso, el del periodista que terminó siendo una alta autoridad de la Iglesia, además de obispo de Málaga.
La reciente peatonalización del Postigo de los Abades ha permitido además que el cardenal salga del marasmo en que se había convertido su monumento, arrinconado por un mar de motocicletas. Las yucas que lo escoltaban dieron paso a un lugar mucho más céntrico y más alejado del inquietante Garaje-Catedral, a los pies de una inmensa corisia que, ahora sí, desprovista del follón del tráfico rodado, es el centro de todas las miradas.
La única pega del entorno es que, en la intimidad del océano de motos en el que permanecía Herrera Oria, casi en el anonimato escultórico, pasaba más desapercibido para malagueños y visitantes cuando las palomas hacían blanco en sus vestiduras cardenalicias.
No es el caso ahora, y eso que don Ángel pasa muchos días del año siendo el destino final de almuerzos y cenas de muchas criaturas del aire. La foto que acompaña la crónica de hoy fue tomada el mes pasado y como pueden comprobar, los churretones depositados en un primer momento en el solideo cardenalicio a continuación bajaban con demasiado prisa por el rostro del admirado obispo de Málaga.
Todo esto lleva a concluir que, como la figura del Comandante Benítez que se encuentra en el Parque, en su día otro blanco fácil de las palomas, tórtolas y todos esos pollos verdes que gritan, don Ángel necesita un certero sistema de protección que vaya más allá de limpiarle la caca blanca que tan mal le sienta a las esculturas malaguitas.
Cierto que eso supondría instalar una suerte de púas finas en el casquete de cardenal, pero que se sepa, hasta la fecha es la forma más certera de impedir que las palomas hagan de vientre donde no deben.